Comentarios del Honorable Rod Paige--Commonwealth Club of California
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Gracias, Dr. Wilcox por esa presentación.

Me gustaría reconocer a Michael O'Farrell y Applied Materials por haber prestado su apoyo a este almuerzo.

Doy las gracias al representante regional del Departamento aquí en California. Un líder de la educación en California desde hace más de 20 años con el que he tenido la oportunidad de colaborar estrechamente a lo largo de los últimos años... el enlace del Departamento y fiable fuente de información para todos ustedes aquí, Mary Jane Pearson que radica en la ciudad de San Francisco.

También quiero agradecer a mi buen amigo, Bill Evers, de la Hoover Institution.

Gracias por recibirme. Es un gran honor encontrarme aquí. Ya hace un siglo que el Commonwealth Club desempeña un papel importante en el discurso público sobre las cuestiones claves que forman nuestra sociedad y nos hacen quiénes somos.

Así que es con gran placer que me presento ante ustedes para hablar de algo que es muy importante para mí y para el Presidente también, y me refiero a la calidad de la educación pública en los Estados Unidos de América.

Ya hace casi 20 años que [la publicación] A Nation at Risk ['Una nación en riesgo'] hizo sonar la primera voz de alarma a lo largo y a lo ancho del país respecto a la creciente crisis en nuestras escuelas. Ese informe dio lugar a varias décadas de reformas bien intencionadas.

Sin embargo, cuando el Presidente Bush asumió su cargo en enero de 2001, no nos encontrábamos cerca de una solución de los problemas señalados en el informe A Nation at Risk. En la nación más grande y próspera del mundo, habíamos creado dos sistemas educativos–separados y desiguales–que enseñaban bien sólo a algunos de los estudiantes en tanto los demás–en su mayoría pobres y de grupos minoritarios--avanzaban a duras penas o salían reprobados de la escuela.

El mes pasado, hablé en la Hoover Institution acerca de las gestiones del Presidente para efectuar cambios fundamentales con el propósito de cerrar la creciente brecha de rendimiento que fue identificada hace dos décadas. Hablé de cómo sus gestiones dieron como fruto la aprobación bipartidista de la ley de 2001 Que Ningún Niño Se Quede Atrás–un histórico ordenamiento legislativo que estableció niveles inauditos de financiamiento así como reformas para garantizar que los fondos se gastaran de manera prudente.

¡Y en buena hora llegó!

Durante las últimas décadas y desde la publicación del informe A Nation at Risk, generaciones de jóvenes en nuestras escuelas públicas han caído a tropezones en un vacío--todas víctimas de bajas normas mínimas y bajas expectativas.

Cuando el Presidente Bush se paró en los escalones del Capitolio de los Estados Unidos para prestar el juramento de su cargo, él sabía que nuestro país enfrentaba una crisis urgente en la educación. Habíamos invertido billones de dólares de fondos federales, estatales y locales en la educación pública. El gasto por alumno entre el jardín infantil y el doceavo grado casi había doblado. Y sin embargo, el rendimiento académico de los alumnos se había mantenido igual.

Las notas nacionales indicaban:

  • Dos de cada tres alumnos del cuarto grado no saben leer de manera adecuada;
  • Siete de cada 10 alumnos del cuarto grado en el ámbito urbano de mayor pobreza y rural no saben leer al nivel más básico; y
  • Los estudiantes del doceavo grado de los Estados Unidos quedaron clasificados entre los más bajos en el rendimiento en matemáticas y ciencia comparados con sus compañeros de otras partes del mundo.

Hace más de un año, Que Ningún Niño Se Quede Atrás se convirtió en la nueva ley suprema y exigió que las escuelas asumieran la responsabilidad del mejoramiento en el rendimiento de los estudiantes. [La ley] insistió en la instrucción y métodos que den resultado. Insistió en que las escuelas empoderaran a los padres con información y opciones para sus hijos. E insistió en que todos los alumnos aprendan a leer antes del final del tercer grado, la única aptitud sobre la que están basadas todas las otras: la lectura.

Nada de excusas.

Mis comentarios en la Hoover [Institution] el mes pasado presentaban el argumento de que la ley Que Ningún Niño Se Quede Atrás dio un ingrediente clave que faltaba en todos los intentos previos de reforma: un marco para el cambio que exija altas normas y altas expectativas para todos los alumnos en todos los salones de clase.

Hoy quisiera llevar el debate un paso más adelante. La modificación de la ley sólo es el comienzo de la reforma. Para producir grandes escuelas dignas de una gran nación, debemos cambiar también nuestro corazón y nuestra mente. Debemos librarnos de los mitos y las percepciones sobre quién puede y quién no puede aprender.

Es clara la evidencia de que tenemos mucho que hacer. Y algunos de los escépticos más grandes son los mismos a quienes les corresponde creer en los alumnos.

Cualquier persona que tenga tanto tiempo como yo dedicado a la educación, ha oído todas las excusas. "Esos chicos" son demasiado pobres, "Esos chicos" son demasiado marginados o desfavorecidos. Estamos haciendo lo mejor que podemos con "esos chicos".

Lo que en realidad están diciendo es: No creemos que el peso intelectual se encuentre en el ADN de los niños pobres y de grupos minoritarios. Como un maestro de escuela secundaria de Los Ángeles lo expresó una vez: "La mentalidad es que estos chicos no pueden aprender."

En el caso particular de un director de escuela primaria de Arizona, no cabe duda que coincide con esa perspectiva. Él comenzó un editorial que apareció recientemente en el periódico con este alarmante pronunciamiento: "Los educadores saben la verdad pero tienen miedo de decirla: No pueden aprender todos los alumnos."

En San Diego, un miembro del consejo escolar le dijo a un reportero que "a él no le deberían exigir responsabilidad por los descendientes puntajes en las pruebas de los estudiantes bajo su gestión de 12 años por que la situación 'demográfica' había cambiado, dejándole menos alumnos blancos."

A pesar de esa sorprendente admisión, él recibió fuerte apoyo de la filial local de la Asociación Nacional de Educación (National Education Association) y resultó reelegido.

Una mañana estaba trabajando y oí alguien en NPR [la cadena nacional de radio no comercial] leyendo una carta de una maestra de primero grado de primaria en que se quejaba de que sus alumnos eran tan marginados y ella pensaba tomar otro puesto en--y la cito textualmente--"un distrito en donde los alumnos no reprueban tanto."

¿En cuál otra profesión se puede dar el lujo de tener una actitud como ésa?

Imagínense que un médico llama a una radiodifusora y se queja: "¡Caray! Ya me harté de las personas enfermas y todo el trabajo que me cuesta curarlas."

A que les gustaría que le retiraran de una vez su licenciatura para ejercer la medicina.

Imagínense que un bombero acude al lugar de un desastre y reniega de todo el humo y el agua mientras está ardiendo la casa y toda la gente está adentro de ella.

A que les gustaría que lo despidieran.

Lo que estamos enfrentando hoy día en la educación es una crisis de proporciones nacionales--y algunos expertos sugieren, de proporciones de seguridad nacional.

Nuestros hijos necesitan nuestra ayuda y la necesitan ya. El Presidente y yo creemos en el brillante futuro de todo niño y toda niña, y los resultados de la investigación demuestran claramente: las actitudes de los maestros afectan al rendimiento de los estudiantes. Los alumnos--sin que importe su raza, el ingreso de su familia o su código postal--muestran los mayores avances en el rendimiento con maestros que de verdad creen que pueden aprender.

La investigación nos indica que las expectativas de los maestros varían de acuerdo con el sexo y el grupo étnico de los alumnos en cuestión. Por ejemplo, las evidencias indican que los maestros no esperan que los alumnos varones obtengan tan buenos resultados como las alumnas en la lectura y los maestros tienen expectativas más altas para los alumnos blancos que para los alumnos afroamericanos o hispanos.

Las evidencias también indican que los maestros tienden a sobreestimar la inteligencia de los alumnos de familias de nivel económico medio y alto. Ellos tienden a subestimar la inteligencia de los alumnos de familias de bajo nivel de ingreso.

Y la investigación nos indica que los alumnos interiorizan esas expectativas. Si las expectativas son altas, prosperarán. Si las expectativas son bajas, llegarán a creer que no tienen esperanza y se dejarán vencer por el fracaso.

Un estudio reciente realizado en Stanford University evidenció el poder increíble de las bajas expectativas para minar el potencial de los alumnos. Concretamente, el estudio descubrió que estudiantes afroamericanos de alto rendimiento se desempeñaron peor en las pruebas cuando se les recuerdan de manera sutil los estereotipos despectivos.

El estudio arrojó el mismo resultado respecto a los puntajes en exámenes de matemáticas de universitarias de alto rendimiento cuando se les recordaba el mito de que las mujeres sean menos capaces en las matemáticas que los hombres.

Si la actitud de un maestro puede minar incluso a un adulto joven con antecedentes de alto rendimiento, imagínense cuál podría ser el daño ocasionado a un niño impresionable.

Mi amigo, Hugh Price--Presidente de la National Urban League (Liga Urbana Nacional) y quién también fue el blanco de las bajas expectativas en el colegio--señala en su libro titulado Achievement Matters que un estudio realizado por Harvard reveló que:

"Los estudiantes afroamericanos tenían una probabilidad tres veces mayor que sus compañeros blancos de ser identificados como retrasados mentales; una probabilidad casi dos veces mayor de ser identificados como trastornados emocionales; y una probabilidad 1.3 veces mayor de ser identificados con una discapacidad específica en el aprendizaje."

Los maestros que creen que ciertos grupos sociales son más lentos para aprender y como reacción rebajan los requisitos mínimos de rendimiento, les roban a esos alumnos las oportunidades de crecer intelectualmente y lograr sus sueños.

Un estudio efectuado en 2000 por MetLife produjo indicios dramáticos sobre cuán profundo y ancho es en realidad el abismo entre la esperanza y la expectativa en nuestras escuelas:

  • El 60 por ciento de los estudiantes de escuela secundaria encuestados dijeron que tenían "mucha confianza" en que alcanzarían sus metas para el futuro,
  • El 52 por ciento de sus padres mostraron el mismo optimismo,
  • Pero sólo el 19 por ciento de los maestros creyeron que sus estudiantes lograrían hacer de sus sueños realidades.

Expresado de otra manera: a 4 de cada 5 estudiantes les enseña un maestro que es pesimista sobre su futuro.

Entonces ya se podrán imaginar lo irritado que me puse cuando me llamó una vez un maestro cuando yo salía en un programa de charla y el maestro se soltó diciendo: Es que usted no se da cuenta de los chicos que tengo en mi salón de clase.

Pensé: O, sí me doy cuenta--más de lo que usted se imagina.

Me crié en un pequeño pueblo segregado de Mississippi en el que había más colegiales que libros de texto disponibles--donde la gente que no tenía mucho eran precisamente quienes tenían mayor motivación de superarse. Pero no había un gran movimiento en plena marcha dirigido a que ninguno de nosotros nos quedáramos atrás. En aquellos tiempos, no había ningún Presidente Bush que dijera que la educación es un derecho civil y, ¡caramba!, más vale hacer lo que corresponde por estos chicos.

Yo era uno de esos chicos que podía haberse quedado atrás. Y le doy gracias al cielo todos los días que me hayan tocado padres que eran educadores quienes se encargaron de que no sucediera así. Pero no se me pasa un día en que no piense en esos chicos que no tienen tanta suerte--esos chicos que cuentan con ustedes y conmigo y con ese maestro en el teléfono para que hagamos lo que corresponde por ellos.

Las bajas expectativas pueden tomar muchas formas.

Puede ser tan explícito como llegar a aceptar el estereotipo de que algunas personas simplemente no son tan inteligentes, y ¿de qué sirve preocuparme por ellas?

Puede tomar la forma de un sentido equivocado de compasión según el cual es más amable no dar a algunos alumnos material difícil porque pueden desalentarse y darse por vencidos.

Puede incluso venir del simple hecho de que el maestro--también la víctima de bajas expectativas y mala preparación--no tiene ni idea de cómo remediar el problema.

Pero ya sea implícito o explícito, intencional o no, el efecto viene a ser el mismo.

El Presidente Bush le llama la "suave intolerancia de las bajas expectativas." Y así es.

Cualquier sistema y cualquier persona que se dé por vencido con cualquier niño debido a cómo es o quiénes son sus padres no es menos discriminatorio que una turba haciendo abucheos y cerrando el paso a la entrada de la puerta de la escuela. Sin la más mínima duda esa es la misma intolerancia que una vez exilió a algunas personas hasta el fondo del autobús.

No cabe ese tipo de actitud en las escuelas que contempla el Presidente Bush. En las aulas de nuestra nación, todo niño será educado y ningún niño se quedará atrás.

No cabe ni la menor duda, la enseñanza es un trabajo difícil. Incluso nuestra Primera Dama, la Sra. Bush, tuvo dificultades cuando era una joven maestra. En un mundo ideal, todos los padres leerían a sus hijos pequeños y hacerse cargo de que llegaran a escuela listos para aprender. Pero este no es un mundo ideal--y muchos niños, en muchos casos de zonas rurales y urbanas, comienzan sus estudios en la escuela requiriendo ayuda en las bases.

Así que cualquiera que desee enseñar debe adherirse a la proposición de que todos los niños pueden enseñarse a un nivel alto, y todos los niños pueden aprender. Y para eso, contamos con grandes modelos--maestros que son verdaderos héroes para tantos chicos cuyas vidas [los maestros] han cambiado para siempre. Tenemos en América la bendición de contar con tantos grandes maestros que en verdad son--en las palabras del General Omar Bradley--los verdaderos soldados de la democracia.

Y les elogio y les agradezco por haber elegido esta noble profesión.

También tenemos la bendición de contar con escuelas que están cumpliendo su función poniendo las necesidades de los alumnos antes que las suyas. Son creativas y persistentes en encontrar la solución a los problemas menores antes de que éstos se conviertan en grandes.

Más que todo, ellas transmiten a los alumnos que creen en ellos y les importa que tengan éxito.

Joyce Bales es una de los mejores de todos; es la Superintendente de las escuelas públicas en Pueblo, Colorado.

Para la Dra. Bales--bajo ingreso no significa bajas expectativas. Ella cree que todo niño puede aprender.

Pues, todas las cosas que el Presidente y yo hablamos--ella hacía. Ella consiguió un programa de lectura basado en la investigación. Ella logró la participación de los padres. Ella estableció altas normas y altas expectativas e insistió en los resultados.

Y ahora la gente de Pueblo sabe lo que la historia viene demostrando por mucho tiempo: Cuando se elevan las expectativas, las personas se ponen a la altura del reto. El rendimiento de los estudiantes en Pueblo se remontó por las nubes.

Recientemente, el Council of Great City Schools (Consejo de Escuelas de Ciudades Grandes) rindió tributo a los grandes distritos escolares urbanos que han podido efectivamente cerrar la brecha del rendimiento. Su estudio, Foundations for Success, produjo nuevas evidencias de que, incluso en las circunstancias más difíciles, los alumnos pueden aprender si se hace lo que corresponde.

Uno de los distritos al que se rindió tributo se encuentra aquí en California--el Distrito Escolar Unificado de la Ciudad de Sacramento--bajo el gran liderazgo del Dr. Jim Sweeney, superintendente de las escuelas de Sacramento.

Jim había oído todas las excusas, también. "No lo podemos hacer con estos chicos." "No lo podemos hacer con estos recursos."

El sabía que a pesar de la gran cantidad de retos que enfrentaba Sacramento, éstos eran poca cosa comparados con los problemas de otras escuelas en zonas más pobres del país que lograban registrar puntajes altos en los exámenes.

Por eso, Jim reunió a docenas de su personal y emprendió un viaje para hacer lo que deben hacer otros también: aprender de primera mano cómo las escuelas con poblaciones de alta necesidad logran producir a jóvenes estudiosos. Y regresaron no sólo inspirados por lo que vieron pero también fogueados con nuevas ideas y una nueva actitud.

Ahora él pretende hacer su magia en las escuelas secundarias locales. Y le deseamos suerte.

En Rolling Hills Elementary School en Orlando, Florida, se está haciendo más con menos. El año pasado, se disminuyó el gasto por alumno, y sin embargo el rendimiento de los estudiantes aumentó de manera significativa.

En el sistema estatal de responsabilidad, la calificación de desempeño global de la escuela subió de 'C' a 'B.'

Por todo el país, millares de escuelas y maestros están obteniendo resultados increíbles con los alumnos que algunos llaman "esos chicos":

  • Establecimientos como las academias KIPP han convertido los alumnos de bajo rendimiento en estudiosos.
  • Escuelas como Waitz Elementary School en Mission, Texas, donde los hijos de los braceros obtienen calificaciones más altas que sus compañeros en las zonas suburbanas más pudientes.
  • Escuelas como Samuel Gompers High School en el Bronx ubicada en el distrito con el ingreso per cápita más bajo de todo el país, donde la mayoría de los graduados siguen sus estudios en la universidad.
  • Escuelas como Banneker High School en Washington, D.C. y Bennett-Kew Elementary en Inglewood, California, donde estudiantes de bajo ingreso y grupos minoritarios están batiendo las marcas del alto rendimiento.

Al trabajar en el Departamento de Educación conjuntamente con los estados para poner en práctica las reformas de la ley Que Ningún Niño Se Quede Atrás, todas estas escuelas nos ayudan a recordar que no sólo se puede hacer, sino que se está haciendo de hecho todos los días.

Voy a concluir con una anécdota sobre una de ellas.

En una calle del Bronx donde se crió Colin Powell se encuentra una pequeña escuela secundaria o high school llamada Banana-Kelly--lleva el nombre de la calle en que está situada--Kelly--y la forma de la calle--como una banana.

Timothy Brown es un estudiante de último año en Banana-Kelly que dice que si alguien le hubiera dicho en el noveno grado que no sólo lograría graduarse de high school, sino que también seguiría estudiando en la universidad especializándose en administración de empresas, él le habría tildado de loco. Porque él no iba en ese entonces tan bien encaminado que digamos hacia ese rumbo. Más bien hacía toda clase de travesuras.

Pero Banana-Kelly le cambió la vida. Y eso fue porque los maestros y los directores no lo consideraban un chico de minoría sin nada que ofrecer. Vieron potencial. Y una chispa de curiosidad que sólo necesitaba quién la avivara.

Por su parte, Timothy veía a maestros que lo conocían de nombre y apellido al igual que a todos los otros estudiantes. Veía personas que "estaban dispuestas a ayudar 24/7."

"No tendremos muchas cosas," dijo Timothy de su escuela. "Pero sí tenemos amor, sensibilidad y comunicación."

Ahora, este mismo joven que antes ni se podía imaginar graduándose de high school ve cosas en el horizonte cuando piensa en su futuro. Dice: "me gustaría ser una persona en el Congreso. Me encantaría hacer algo así."

Timothy Brown ha tenido muchos maestros a lo largo de los años y su consejo para los recién iniciados en la profesión es esperar lo mejor de todo estudiante.

"Necesitas paciencia," dijo. "Necesitas comunicación. Necesitas el amor como si fuera tu propio hijo."

"Y si tienes estudiantes que sean diferentes o que actúen de manera diferente, lo tienes que hacer de corazón."

Amén a eso.

Muchas gracias.


 
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Last Modified: 08/23/2003