eJournal USA: Agenda de la Política Exterior de los EUA

No con un gemido:
imágenes de destrucción masiva en la ficción y el cine

Richard Pells

The United States in 2005: Who We Are Today

Indice
Sobre este tema
Estados Unidos está firmemente comprometido con el TNP
El control de las armas más peligrosas del mundo
Cómo fortalecer el TNP
Medidas legislativas contra las armas de destrucción en masa
Terrorismo nuclear: ¿armas para vender o armas para comprar?
Libia renuncia a las armas de destrucción en masa
Después de Irán: mantener pacífica la energía nuclear
Corea del Norte, un estado al margen de la ley internacional y fuera del ámbito del TNP
Nuevos actores en el escenario: A.Q. Khan y el mercado negro nuclear
No con un gemido: imágenes de destrucción masiva en la ficción y el cine
Agáchate y cúbrete
Bibliografía (en inglés)
Sitios en la Internet (en inglés)
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El cuadro 'Guernica' de Pablo Picasso
El cuadro Guernica de Pablo Picasso se exhibe en el museo de arte Reina Sofía de Madrid, España. (Santiago Lyon, AP Wide World Photos)

Hasta ahora les ha resultado muy "difícil a los novelistas o cineastas representar la mentalidad del terrorista apátrida, del fanático mesiánico que procura asesinar gente indiscriminadamente, sin un propósito obvio excepto el de hacer pilas de cadáveres", dice Richard Pells, profesor de historia en la Universidad de Texas en Austin. Pells dice que particularmente durante la Guerra Fría muchos novelistas y cineastas trabajaron "con la mayor seriedad" para hacer "comprensible nuestro peligro universal"

Pells es autor de tres libros y en la actualidad está trabajando en From Modernism to the Movies: The Globalization of American Culture in the Twentieth Century.

"Así es como termina el mundo
Así es como termina el mundo
Así es como termina el mundo
No con una explosión, sino con un quejido."
—T.S. Eliot, The Hollow Men

Uno de los cuadros más famosos del siglo XX es Guernica , de Pablo Picasso. Hay una buena razón para su fama, aunque es aterradora. El cuadro rememora el bombardeo de un pueblo vasco por aviones alemanes e italianos durante la guerra civil española y representa la agonía y el terror de gente y animales al ser obliterados por armas modernas de destrucción en masa. Guernica es también una premonición de los ataques aún más salvajes contra poblaciones civiles durante la Segunda Guerra Mundial, así como de un mundo lleno de armas nucleares y biológicas; un mundo en el cual vivimos ahora todos nosotros.

Desde el fin de la Guerra Mundial hemos dependido con frecuencia de los artistas para hacer comprensible nuestro peligro universal, para medir nuestras posibilidades de supervivencia en una era en la que gente inocente puede ser gaseada instantáneamente, asfixiada con toxinas letales o incinerada. Y muchos novelistas y cineastas lo hay hecho así con la mayor seriedad, particularmente durante la Guerra Fría.

La perspectiva de una guerra nuclear entre la Unión Soviética y Estados Unidos rindió al menos dos novelas de gran éxito de venta en la década de 1950 y a comienzos de la de 1960. On the Beach, de Nivel Shute, (publicada en 1957 y llevada al cine con un completo reparto estelar en 1959, y luego realizada nuevamente como una miniserie para la televisión estadounidense en 2000), describió los efectos de la radiación a medida que el planeta muere lentamente tras un conflicto nuclear entre las superpotencias. Fail Safe de Eugene Burdick fue publicado en 1962, el mismo año de la crisis de los misiles cubanos, el momento de la guerra fría en que Estados Unidos y la Unión Soviética podrían realmente haber usado sus arsenales nucleares uno contra el otro. La versión cinematográfica de Fail Safe, en 1964, tiene como protagonista a Henry Fonda como un presidente estadounidense que enfrenta un ataque accidental a la Unión Soviética; decide arrojar una bomba atómica en Nueva York como compensación por la aniquilación de Moscú.

No obstante es imposible que la gente viva en temor perpetuo. O que imagine la locura de una guerra nuclear sin una dosis de humor negro. En 1958 el gran escritor de canciones satíricas Tom Lehrer compuso una oda al fin del mundo titulada "We Will All Go Together When We Go" (Todos nos iremos juntos cuando nos vayamos). Un verso como muestra: "Todos nos quemaremos juntos cuando nos quememos/No habrá necesidad de pararse y esperar el turno/Cuando llegue la hora de la caída y San Pedro nos llame a todos/Simplemente dejaremos caer nuestros propósitos y dejaremos de hacer lo que hacíamos".

El actor Peter Sellers
El actor Peter Sellers, sentado en una silla de ruedas, interpreta al personaje principal de la película de Stanley Kubrick de 1964, Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb. (AP Wide World Photos)

Pero ninguna novela o película durante la Guerra Fría capturó la locura de nuestra situación de manera más memorable que Dr. Strangelove (1964) de Stanley Kubrick, con su subtítulo "Cómo aprendí a no preocuparme y a amar la bomba". Esta vez la guerra nuclear, "a la par con los rusos", no es accidente; la inicia un general estadounidense demente, Jack D. Ripper, preocupado por un "complot comunista" para colocar fluoruro en el agua potable y causar la pérdida de sus esencias corporales. Con Peter Sellers en tres papeles - como un oficial británico (la única voz de la razón en la película) asignado al general Ripper y que trata frenéticamente de encontrar el código que hará regresar a los bombarderos estadounidenses; como el presidente estadounidense (mucho más confundido que Henry Fonda), y como un ex científico nazi que comprende no sólo la máquina del "Día del Juicio Final" que hará volar el mundo sino también los pozos de minas que albergarán a los supervivientes - Dr. Strangelove termina con nubes con forma de hongos e imágenes de destrucción más mordaces, y más espantosas, que cualquier otra obra de arte o entretenimiento en los años de la Guerra Fría.

Aún así, la Guerra Fría - no importa cuan sombría - era familiar y extrañamente reconfortante. Después de todo, era una pugna entre dos naciones-estado y cada una de ellas tenía mucho que perder. Los funcionarios de ambos bandos comprendían las reglas del juego, y los límites más allá de los cuales no podían ir. El general Ripper podía haber estado "un poco mal de la cabeza", pero la mayor parte de los protagonistas de la Guerra Fría - en el arte y en la realidad - no eran psicópatas. Eran, como Henry Fonda, personajes sensatos, custodios racionales de armas aterradoras, que trataban de no cometer jamás un error de cálculo. O como el presidente estadounidense encarnado por Peter Sellers le dice al primer ministro soviético: "Estamos juntos en esto, Dimitri. No digas que estás más preocupado que yo; yo estoy tan preocupado como tu".

Esta percepción de la Guerra Fría como una competencia entre adversarios, más que un deseo apocalíptico, explica por qué tantas novelas de espionaje de la era son realmente tramas psicológicas de suspenso, con agentes que maniobran en busca de pequeñas ventajas sobre sus pares en una partida de ajedrez interminable en la que no se puede lograr la "victoria" final. La atención aquí se concentra en la pericia, la duplicidad y la astucia del espía, como en las novelas de John Le Carré, cuyo agente británico George Smiley libra intrincados juegos de inteligencia con su contraparte de la KGB soviética, Karla. Ambos se comportan con moderación y respeto mutuo, como corresponde a espías profesionales con códigos de honor peculiares en medio de la guerra fría, pero que nunca podrán volver a sus vidas reales.

La Guerra Fría, y los peligros de una conflagración nuclear, eran por lo menos imaginables en la ficción y en el cine. Quizás esto haya ocurrido porque siempre se consideró a las armas nucleares como de propiedad y bajo el control de un estado. Los estados no son suicidas, ni siquiera los estados al margen de la ley internacional, como Irán o Corea del Norte. De manera que sus gobiernos son susceptibles a la negociación o a la presión. Suponemos que los conflictos entre miembros del "club" nuclear pueden ser manejados de alguna manera por expertos en tamaños de carga explosiva y ojivas nucleares múltiples.

Ha sido mucho más difícil para los novelistas o cineastas, sin embargo, representar la mentalidad del terrorista apátrida, del fanático mesiánico que procura asesinar gente indiscriminadamente, sin un propósito obvio excepto amontonar los cadáveres. Y que está dispuesto a usar cualquier medio - desde autos cargados de explosivos hasta aviones secuestrados y armas nucleares y biológicas - para cumplir su misión.

Desde la década de 1960 hubo esfuerzos para penetrar en la mente del terrorista. Las películas de James Bond generalmente presentaban a un megalomaníaco ansioso por obtener un arma de destrucción en masa con la cual pudiera controlar el planeta. No obstante, las películas de Bond, con sus explosiones espectaculares en medio de los martinis de vodka, exudaban diversión y encanto más que horror. En 1983, Le Carré, tomándose una vacación de las intrigas de Smiley y Karla, trató de descifrar la psicología de los terroristas palestinos en The Little Drummer Girl . Pero la novela (y la película de 1984 que en ella se basa) se refirió más a la lucha cerebral entre los agentes de inteligencia israelíes y sus enemigos palestinos que al asesinato en masa.

Más recientemente, películas como The Rock y The Devil's Own representan la búsqueda de armas al servicio de un movimiento político o por un agravio personal. En el caso de The Rock, Ed Harris es el jefe de una banda de ex malhechores militares que se apoderan de la isla de Alcatraz, en el medio de la bahía de San Francisco, antiguamente sitio de una prisión federal, y amenazan con arrojar armas químicas contra la ciudad. Pero Harris y su banda actúan por dinero y venganza; no tratan de llegar al cielo por medio de un acto de martirio. Mientras tanto, en The Devil's Own, Brad Pitt interpreta a un agente del Ejército Republicano Irlandés que viaja a Estados Unidos para comprar armas y cohetes, no armas nucleares o biológicas. Y al igual que los palestinos en The Little Drummer Girl, es un asesino porque quiere crear un estado. Sus blancos son escogidos (los protestantes británicos y de Irlanda del Norte); no ansía masacrar a todo el que tenga por delante. Y en otra película The Peacemaker, de 1997, protagonizada por George Clooney y Nicole Kidman, se roban ojivas de armas nucleares rusas y una mochila convertida en arma termina finalmente en manos de un terrorista serbo-bosnio resuelto a destruir Manhattan. Su motivación también es venganza y dinero.

Por encima de todo, estos terroristas no están enamorados de la muerte; imaginan estrategias que, por muy inverosímiles que sean, les permitirán escapar y seguir luchando por la "causa". Lo que los novelistas y cineastas no han imaginado todavía es el terror por el terror mismo, sin reglas, códigos ni límites. Ni se han imaginado un estado mental en el cual el suicidio es la ruta hacia la santidad. De manera que todos nosotros, no sólo en Occidente, estamos en un vacío aterrador, sin las "comodidades" de la Guerra Fría o las formas artísticas que ella inspiraba.

Claramente, la comunidad internacional necesita fortalecer los tratados y protocolos que controlarán la proliferación de armas nucleares y biológicas desarrolladas por países y por terroristas apátridas, y seguir tratando de controlar la amenaza del terrorismo con una variedad de medios legales. Pero también necesitamos en el siglo XXI a otro Pablo Picasso o Stanley Kubrick que nos advierta sobre cual será nuestra suerte si no sometemos las armas horrendas que hemos creado. De otra manera, como sabían tanto Picasso como Kubrick, nuestro mundo bien podría terminar con una explosión, no con un quejido.

La ecuación nuclear de hoy

Las opiniones expresadas en este artículo no necesariamente reflejan los puntos de vista o las políticas del Departamento de Estado de Estados Unidos.

La ecuación nuclear de hoy