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Mis Estados Unidos: Está bien salirse de las líneas

Jacqueline Morais Easley

Instantáneas de Estados Unidos

ÍNDICE
Acerca de este número
Mis Estados Unidos
Mis Estados Unidos: Está bien salirse de las líneas
Mis Estados Unidos: Relato de un aviador
Mis Estados Unidos: La ciudad y el sueño
Mis Estados Unidos: El nuevo mundo
Mis Estados Unidos: El significado de Estados Unidos
Pluralismo y democracia
El tapiz cultural de Estados Unidos
Cinco estadounidenses con empuje
Iconos de Estados Unidos
Breve gira por Estados Unidos
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Instantáneas de Estados Unidos
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Jacqueline Easley and her family in their backyard
Jacqueline Easley en compañía de su familia en el patio de su casa.
Foto cedida por Jacqueline Morais Easley

Jacqueline Easley, escritora independiente, vive con su esposo> y dos hijas en Columbia, Maryland.

¿Cómo se imagina usted los rostros de una familia estadounidense actual? ¿Se imagina unos padres altos, rubios y atléticos con sus 2,5 hijos? ¿Quizás los ve frente a una casa bonita, con césped prolijamente cuidado, rodeado de una cerca blanca? Dentro de la casa, sobre la mesa de la cocina, hay envolturas de McDonald's, en el frigorífico hay coca-colas y en el fondo se oye música de MTV.

Por supuesto, ése es un tipo de familia estadounidense. Estaría mintiendo si dijera que me imaginaba a la familia estadounidense de manera diferente cuando yo era una niña de once años y vivía en las Filipinas en 1985. Cuando un día mi padre regresó de su trabajo en el Banco Asiático de Desarrollo y anunció que nos mudaríamos a Estados Unidos, me quedé boquiabierta... y luego entusiasmada.

Lo curioso es que en ese entonces, McDonald's, Coca-Cola y MTV eran las únicas cosas de Estados Unidos que yo conocía. Y si estos tres símbolos eran indicativos de lo que podría obtenerse en cantidades más grandes, entonces, ¡cuán fabuloso debía ser Estados Unidos!

Mi familia se radicó en Estados Unidos. Y, veinte años más tarde, aquí estoy yo, un poco menos ingenua y algo más inteligente en lo que respecta a la publicidad de los medios, saboreando ahora sushi en lugar de filetes de pescados y una buena botella de vino tinto en lugar de Coca-Cola. Ni siquiera miro ya MTV. Pero una cosa no ha cambiado: sigo siendo una admiradora acérrima de los Estados Unidos.

Me hice ciudadana estadounidense hace apenas cinco años, cuando estaba embarazada de mi primera hija. Me había casado con mi novio, a quien conocí en la universidad, y luego de una breve temporada en Chicago, nos asentamos en Maryland.

Hoy, intento criar de la mejor manera posible a dos niñas audaces, hermosas y rebeldes, y doy gracias a Dios de que puedo hacerlo en Estados Unidos. Recuerdo todavía muy bien ese día en que adquirí la ciudadanía, cuando recité la jura de la bandera, con la mano encima del corazón, sintiendo al mismo tiempo dentro de mí las patadas que daba el bebé, y ese orgullo irresistible de que oficialmente era ciudadana estadounidense.

Cinco años más tarde, las posibilidades para mis hijas son infinitas. Sabemos bien que viven una vida cómoda y privilegiada. Aunque esto se debe en parte al trabajo arduo que realizamos mi esposo y yo, y al de nuestros padres antes de nosotros, ciertamente se debe también a la suerte. Mi esposo y yo hemos sido afortunados en la vida. Ambos nacimos en el seno de familias cariñosas que hacían hincapié en la importancia de los lazos familiares, la educación, el trabajo duro y la obligación hacia los demás. Estos mismos valores son ahora los pilares de nuestra pequeña familia y nos impulsan hacia el futuro.

Mi esposo y yo tratamos de educar a nuestras hijas de manera que sepan cuan privilegiadas son. Les enseñamos a valorar los talentos y recursos que tienen y a hacer todo lo posible para utilizarlos para el bien de otros. Si bien disfrutamos de buena comida y mucho entretenimiento, nuestras vidas están también llenas de caridad y servicio a la comunidad, libros infantiles sobre diferentes culturas y modos de vivir, e interminables sermones maternales acerca de la tolerancia, la diversidad y la compasión.

Admiro el hecho de que el sueño americano no sea una idea vana, una ilusión inalcanzable; es algo que advierto no solamente en mi propia familia, sino también entre mis amigos, vecinos y extraños que se esfuerzan diariamente por hacer realidad su propia versión de este sueño. Para mí, los rostros de la familia estadounidense incluyen esos padres rubios y atléticos, con sus 2,5 hijos y sus céspedes bien cuidados que mencioné anteriormente, pero hay también muchísimos otros rostros en mi espectro personal.

Están los rostros de las familias de los niños del jardín de infancia: la muchacha irlandesa de cabello rojo con su esposo afroestadounidense y sus preciosos hijos; las dos mujeres que juntas crían a tres hijos; la madre soltera que trabaja en dos empleos y atiende a su familia ella sola. Hay otros rostros en mi vecindario: el iraquí casado con una estadounidense y sus dos hijos, nuestra canguro con su padre italiano y madre iraní, el psicólogo coreano y su esposa. La diversidad vive y está muy difundida, por lo menos en mi vida.

No puedo dejar de recordar ese primer acto de rebelión, hace más de doscientos años, que cementó el espíritu independiente de este futuro "país de inmigrantes". Al amparo de ese espíritu independiente, millones de inmigrantes vinieron a este país en busca de un refugio contra la intolerancia, el prejuicio y la persecución, anhelando libertad y el derecho a una vida auténtica que les perteneciera enteramente.

Algunas veces me estremezco cuando pienso en los episodios trágicos y terribles de la joven historia de Estados Unidos. Pero nómbrese cualquier país, cultura, religión o persona que no tenga matices malos junto con los buenos. Naturalmente hay cosas acerca de este país que en ocasiones me enojan, me avergüenzan o me desilusionan. Pero así ocurre con muchas de las cosas buenas de la vida: el matrimonio, la paternidad, el trabajo, los parientes y los amigos.

En último término, lo que me entristece sobre Estados Unidos no es nada comparado con lo que admiro: todo lo que este país joven ha realizado en tan corto tiempo; cómo defiende la democracia y los derechos humanos en el mundo; cómo ha alcanzado la posición de superpotencia económica; cómo sigue deslumbrando al mundo con ideas "más grandes, mejores y más brillantes", mientras que al mismo tiempo gasta dinero para ayudar a los necesitados en el exterior.

Sí cuestiono ciertos valores superficiales que a menudo se relacionan con Estados Unidos y hago todo lo que puedo para restarles importancia ante mis hijas, pero valoro aún más los valores más importantes: la independencia, la diversidad y la libertad de expresión, que existen en este país. Y puede estar seguro de que estos valores nos guían a mi esposo y a mí al navegar el complicado camino de la paternidad en Estados Unidos.

Los estadounidenses celebran al individuo, y por ende nuestro país está lleno de personas multifacéticas, verdaderamente excepcionales, extrañas, extraordinariamente talentosas, testarudas al extremo y excepcionalmente ambiciosas. Mis hijas, con sus propias características personales, combinan el temperamento de chiquillas, intrépidas en sus deportes y juegos, aficionadas a la lectura, artistas en ciernes y compasivas ciudadanas del mundo. Naturalmente celebro todos esos rasgos —y también los que quedan por descubrir— lo mejor que me es posible.

Los estadounidenses valoran también el acto de introspección, descubrir la propia persona, desprender de sí mismos las capas que ocultan la verdadera esencia, probarlo todo al menos una vez. Habrá quienes consideren dicha introspección un tanto indulgente. Pero cuando veo a mi hija de cinco años colorear fuera de las líneas, no intento corregirla. En lugar de ello, siento nacer en mí una sensación de orgullo por el hecho de que no quiera someterse a seguir las reglas, por el momento. Admiro su rechazo de los límites en favor de algo más complicado, más bohemio y potencialmente más progresivo.

De acuerdo, no es más que un cuaderno para colorear, pero el hecho es que cuando los estadounidenses se esfuerzan por alcanzar lo mejor, "no es solamente porque somos competitivos sino porque nos rebelamos constantemente, empujamos los límites y asumimos riesgos. Y lo hacemos porque nos sentimos alentados debido al país en que vivimos y a todo lo que éste representa.

Todos tenemos la libertad de ser tímidos o extrovertidos, inteligentes u obtusos, elegantes o desprolijos, anticuados o vanguardistas. Podemos preocuparnos por lo que la gente piensa y adaptarnos si así lo deseamos. O podemos no interesarnos en quien nos está viendo, pararnos y gritar a los cuatro vientos, hacer olas y oprimir botones y amenazar el statu quo. Estoy ansiosa de ver lo que mis hijas optarán por hacer. Algunas de las cosas que harán en aras de la autoexpresión podrán sobresaltarme, pero por ahora dejaré que coloreen fuera de las líneas, mejor aún, las alentaré a hacerlo.

Korey London >>>>

Instantáneas de Estados Unidos

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista ni las políticas del gobierno de Estados Unidos.

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