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La jardinería del Barroco se desarrolló en Europa durante el siglo XVII y hasta mediados del siglo XVIII. Durante ese período la jardinería estuvo muy vinculada a la arquitectura y el urbanismo, con diseños racionales donde cobró preferencia el gusto por la forma geométrica. Su prototipo fue el jardín francés (también llamado clásico o formal), caracterizado por mayores zonas de césped y un nuevo detalle ornamental, el parterre, como en los Jardines de Versalles, diseñados por André Le Nôtre. El gusto barroco por la teatralidad y la artificiosidad conllevó la construcción de diversos elementos accesorios al jardín, como islas y grutas artificiales, teatros al aire libre, ménageries de animales exóticos, pérgolas, arcos triunfales, etc. Surgió la orangerie, una construcción de grandes ventanales destinada a proteger en invierno naranjos y otras plantas de origen meridional. El modelo de Versalles fue copiado por las grandes cortes monárquicas europeas, con exponentes como los jardines de Schönbrunn (Viena), La Granja (Segovia), Het Loo (Apeldoorn), Drottningholm (Estocolmo) y Peterhof (San Petersburgo).
En esta época surgieron dos tendencias opuestas a la hora de concebir jardines: una más racional, más centrada en la intervención del hombre en la naturaleza, cuyo paradigma fue el «jardín francés» (o «jardín tectónico»), que fue el que más estuvo de moda en este período y se considera el arquetipo del jardín barroco; y otra que otorgaba más libertad a la naturaleza salvaje, con pequeñas intervenciones para acentuar el aire bucólico del paisaje, cuyo principal exponente fue el «jardín inglés» (o «jardín de paisaje»), que tuvo su máximo
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