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23 septiembre 2008

Nixon en China: Un momento decisivo en la historia del mundo

Warren I. Cohen

 
En 1972 el presidente Richard M. Nixon, pasea por un puente típicamente chino, con el primer ministro chino y la Sra. Nixon.
En 1972 el presidente Richard M. Nixon, pasea por un puente típicamente chino, con el primer ministro chino y la Sra. Nixon.

"Es una ventaja para otros países, y no una desventaja, cuando una nación se vuelve estable y próspera, es capaz de mantener la paz dentro de sus fronteras y es lo suficientemente fuerte para no provocar una agresión desde afuera. Esperamos de todo corazón el progreso de China y, hasta donde nos sea posible hacerlo con medios pacíficos y legítimos, haremos nuestra parte para promover ese progreso".

Palabras del presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt al representante chino Tong Shaoyi, en diciembre de 1908.

Warren I. Cohen es catedrático distinguido de Historia e investigador de temas presidenciales de la Universidad de Maryland, en el condado de Baltimore. Es también investigador principal del Programa sobre Asia del Centro Internacional Woodrow Wilson, en Washington. Es historiador en materia de relaciones exteriores estadounidenses y relaciones de Estados Unidos con Asia Oriental, así como de la historia de China y su región.

La victoria de los comunistas chinos en 1949, durante la guerra civil china, tuvo un fuerte impacto en Estados Unidos. En la primera mitad del siglo XX, los formuladores de política estadounidenses, desde el presidente Theodore Roosevelt en adelante, habían favorecido la aparición de una China fuerte y próspera. Supusieron que China tendría intenciones amistosas hacia Estados Unidos. El país había vivido un siglo en el que había realizado actividades provechosas en China, como el establecimiento de los colegios cristianos precursores del sistema educativo moderno de China, la financiación por la Fundación Rockefeller de programas de reconstrucción rural y el Colegio Médico Unión de Pekín, en el que fueron educados los principales doctores chinos. Muchos estadounidenses consideraban que su país había defendido la causa china contra los imperialistas japoneses y europeos, empezando por la serie de "Notas de puertas abiertas" que Washington envió a las grandes potencias al ser amenazada la supervivencia misma de China como nación en 1899 y 1900. Y, lo que era más evidente, Estados Unidos había encabezado la lucha para liberar a China de la agresión japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.

La ruptura de las relaciones entre Estados Unidos y China

Pero la República Popular China, proclamada el 1 de octubre de 1949, no abrigaba intenciones amistosas hacia Estados Unidos y muy pocos chinos compartían la idea que los estadounidenses tenían acerca del papel histórico que habían desempeñado en ese país. El nuevo mandatario, Mao Zedong, desconfiaba de las intenciones estadounidenses y en junio de 1946 había ordenado una campaña contra Estados Unidos. Sus tropas acosaron a los estadounidenses que vivían en China. Un diplomático estadounidense fue agredido a golpes por la policía de Shanghai. El cónsul general estadounidense en Mukden fue sometido a arresto domiciliario durante un año. Lo peor de todo fue la intervención, en octubre de 1950, de tropas comunistas chinas en la Guerra de Corea contra las fuerzas de la ONU encabezadas por Estados Unidos, en un intento por repeler la invasión de Corea del Sur por Corea del Norte. Tras la muerte de decenas de miles de soldados chinos y estadounidenses en el campo de batalla, desapareció toda intención de establecer relaciones diplomáticas entre Pekín y Washington.

Durante los veinte años siguientes, Estados Unidos y China se considerarían adversarios. Si bien los caminos de sus diplomáticos se cruzaban de vez en cuando en conferencias internacionales y se entablaban conversaciones esporádicas a nivel de embajador, ninguno de los dos países expresó interés en llegar a un acuerdo. Estados Unidos siguió reconociendo a la República China de Chiang Kai-shek que fue derrotada en el territorio continental y que sobrevivió en la isla de Taiwán, como el gobierno legítimo de toda China. Mao y sus colegas insistieron en su denuncia del imperialismo estadounidense y se negaron a discutir cualquier tema que no fuera el fin de la ayuda estadounidense a Chiang y su protección de Taiwán.

En Estados Unidos, la hostilidad china combinada con el anticomunismo interno intensificado por la Guerra Fría y el cabildeo de los amigos estadounidenses de Chiang, impidió a aquellos encargados de formular políticas en las décadas de 1950 y 1960 intentar un acercamiento con Pekín. De hecho, Washington utilizó su influencia para mantener a China fuera de las Naciones Unidas, si bien el presidente Dwight Eisenhower sostuvo que era un error aislar a China.

Sin embargo, a mediados de los años sesenta, la conciencia de la ruptura sino-soviética y la menor intensidad del sentimiento anticomunista consecuencia de la desilusión con la guerra en Vietnam, hicieron que cambiara la opinión estadounidense sobre las relaciones con China. Importantes figuras intelectuales y del gobierno defendieron una política que, según insistían, era más realista: aceptar al régimen de Pekín como legítimo gobierno de China y encontrar maneras de trabajar con él. Hablaron de "contención sin aislamiento". Pero el gobierno del presidente Lyndon Johnson estaba demasiado implicado en Vietnam y los chinos estaban inmersos en la Gran Revolución Cultural Proletaria. No surgió ninguna relación nueva.

Disminuyen las tensiones

El presidente Richard M. Nixon (centro) y la primera dama Pat Nixon, con un grupo de ciudadanos chinos en la Gran Muralla china.
El presidente Richard M. Nixon (centro) y la primera dama Pat Nixon, con un grupo de ciudadanos chinos en la Gran Muralla china.

Richard Nixon, vicepresidente de Eisenhower y candidato presidencial cuya candidatura fracasó en 1960, fue un mandatario estadounidense cuyo anticomunismo y hostilidad hacia China eran de sobra conocidos. En 1968 fue elegido presidente de Estados Unidos y la posibilidad de que disminuyeran las tensiones con China parecía en ese entonces más lejana que nunca. Pero Nixon compartía la idea de los altos funcionarios del Departamento de Estado de que China quizás ayudaría a Estados Unidos a terminar la guerra en Vietnam y asistiría en los esfuerzos estadounidenses para contrarrestar el creciente poderío soviético. Reconoció que el cambio de ánimo de la población estadounidense, así como sus propias credenciales anticomunistas, le permitiría buscar un acomodo con China. La administración Nixon indicó lentamente, y con cautela, sin arriesgar la seguridad de Estados Unidos, su deseo de mejorar las relaciones con China.

Zhou Enlai, principal diplomático chino, se había consagrado a alcanzar el mismo objetivo, tal como lo demuestran su invitación a que el equipo estadounidense de ping pong visitara China y sus comunicaciones por medio del mandatario de Pakistán. Poco a poco, persuadió al escéptico Mao de que Estados Unidos ya no representaba una amenaza para China y que podría ser de utilidad en los esfuerzos de Pekín para resistir la presión soviética. El gran avance histórico se produjo en 1971.

En su discurso sobre el estado de la unión pronunciado ante el Congreso en febrero de 1971, Nixon habló acerca de la necesidad de establecer un diálogo con China. Pidió que el gobierno de Pekín tuviera un lugar en las Naciones Unidas—sin sacrificar la postura de China en lo relativo a Taiwán. Anteriormente, el reconocimiento estadounidense del régimen de Chiang y su respaldo del mismo habían sido obstáculos poderosos al acercamiento entre la China de Mao y Estados Unidos. Tanto Mao como Chiang insistían en que no podía haber más que una China y ninguno de los dos aceptaría los esfuerzos de Washington de que hubiera dos Chinas, una en el territorio continental y otra en Taiwán. Sin embargo, en 1971, Nixon y Mao estaban ansiosos de hacer uso el uno del otro y convinieron en una fórmula de acomodo de "una China, pero no ahora". De hecho, dada su percepción del valor estratégico de las mejores relaciones con Pekín, Nixon y su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, estaban preparados para recorrer más de la mitad del camino con el fin de llegar a un compromiso con Mao. Encontrar un socio en la lucha contra la Unión Soviética era mucho más importante.

En julio de 1971, el mundo se enteró de que Kissinger había regresado de una misión secreta a China. Nixon anunció que él, en calidad de presidente de Estados Unidos, había aceptado una invitación para visitar China. En agosto y septiembre, Estados Unidos apoyó, por primera vez, el ingreso del representante de Pekín en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, al mismo tiempo que apoyó simbólicamente el esfuerzo de Taipei para obtener su propio ingreso. Una moción estadounidense de incluir a ambas delegaciones fracasó, socavada por la decisión de Kissinger de viajar en esas fechas a Pekín. Una moción albanesa en favor de sustituir al representante de Pekín por el de Taipei fue aprobada fácilmente. Fue una de las derrotas diplomáticas menos dolorosas que Estados Unidos jamás haya sufrido. Washington había dado un paso más hacia la política de una sola China.

Una visita presidencial

En febrero de 1972, Nixon viajó a China, donde disfrutó de una entrevista personal con Mao Zedong. Un atónito público mundial de televidentes vio a Nixon aplaudir calurosamente en un ballet chino repleto de propaganda comunista. Fue efectivamente un Nixon nuevo y una nueva relación con China.

En el comunicado conjunto sino-estadounidense emitido al final de la semana en que Nixon visitó China, era evidente que lo que unió a los dos lados fue la resistencia común a los soviéticos. Su declarada oposición a la "hegemonía" en Asia y en el Pacífico fue una alusión ligeramente velada de la reducida influencia moscovita en la región. Taiwán, sin embargo, seguía siendo el principal obstáculo a las relaciones diplomáticas normales, a la "normalización". Los estadounidenses reconocieron la reivindicación china de que Taiwán era parte de China, pero volvieron a declarar su interés en la resolución pacífica del problema. Nixon respondió a la petición china de retirar las tropas estadounidenses de Taiwán comprometiendo a Estados Unidos a su eventual retirada y prometiendo hacerlo paulatinamente, a medida que disminuyera la tensión en la región (Vietnam). Al mismo tiempo, Nixon y Kissinger procuraron aliviar el temor de Pekín de que el poderío estadounidense en la isla sería reemplazado por el de Japón. Nixon aseguró asimismo a los dirigentes chinos que Estados Unidos no apoyaría la independencia de Taiwán y prometió tomar las medidas que deseaban los chinos después de su esperada reelección en 1972.

Según un tratado de 1954, Estados Unidos se había obligado a defender a Taiwán. Las empresas estadounidenses tenían intereses de miles de millones de dólares en la isla. Los sondeos de opinión pública indicaron que los estadounidenses no estaban dispuestos a abandonar al pueblo de Taiwán, a sus amigos y aliados, a los comunistas. Sin embargo, la administración Nixon estaba dispuesta a derogar su tratado de defensa con Taiwán, especulando que la población de la isla estaría pronto en condiciones de defenderse por sus propios medios y que, a la larga, se encontraría una solución pacífica.

Normalización

En 1973, China y Estados Unidos abrieron en sus respectivas capitales "oficinas de enlace", es decir, embajadas en todos los sentidos excepto en el nombre. Sin embargo, la normalización se vio demorada por la crisis de Watergate que, en última instancia, obligó a Nixon a renunciar a la presidencia sumido en el escándalo. Sin embargo, sus sucesores estaban también comprometidos con la normalización de las relaciones con China, hecho que se logró finalmente a principios de 1979. El intercambio secreto de inteligencia militar en torno a los movimientos soviéticos, iniciado por Kissinger en 1971, nunca fue interrumpido.

La apertura de China por Nixon produjo un cambio de enorme importancia en el equilibrio de poder durante la Guerra Fría. La tácita alianza entre Estados Unidos y la República Popular China, dirigida contra el poderío en aparente expansión de la Unión Soviética, alivió las inquietudes chinas acerca de un posible ataque soviético y permitió a Estados Unidos concentrar su poder militar en Europa—mientras que los soviéticos siguieron haciendo frente a adversarios que actuaban juntos en contra de Moscú. Fue un momento decisivo en la historia del mundo y contribuyó finalmente a la desintegración de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. En 1979, el vicepresidente estadounidense Walter Mondale viajó a Pekín, donde repitió las palabras que había pronunciado Theodore Roosevelt en 1908, expresando nuevamente la convicción de que una China fuerte—y supuestamente amistosa—servía los intereses de Estados Unidos.

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista ni las políticas del gobierno de Estados Unidos.

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