![]() Servicio noticioso desde Washington 14 de abril de 2004 El perfeccionamiento de la democracia en el Hemisferio(Noriega analiza retos y ofrece sugerencias a América Latina)
A pesar de los notables logros políticos y económicos alcanzados en el Hemisferio Occidental durante los últimos 20 años, "los líderes elegidos de la región encaran un nuevo reto: hacer que la democracia trabaje por el bienestar general de sus pueblos", dijo Roger Noriega, secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental.
Al hablar el 13 de abril en el Consejo de Relaciones Exteriores de Baltimore, Noriega mencionó las amplias disparidades en el ingreso y la oportunidad que hay dentro del hemisferio, como un recordatorio inquietante de que las instituciones de la democracia siguen siendo frágiles en muchas partes de las Américas. Le advirtió a su audiencia que "a menos que los hombres y las mujeres de todas las clases sociales tengan un interés en el crecimiento económico en América Latina y el Caribe, la brecha entre ricos y pobres se ensanchará, y la prosperidad auténtica puede demostrar ser ilusoria o insostenible".
A continuación una traducción extraoficial de las palabras de Roger Noriega, tal como fueron escritas para su lectura:
(comienza el texto)
"El Perfeccionamiento de la Democracia en el Hemisferio"
Consejo de Relaciones Exteriores de Baltimore
Supongo que es prudente presumir que ustedes están
aquí esta noche, al menos en parte, porque comparten mi
punto de vista de que lo que ocurre en el Hemisferio Occidental es
importante para ustedes, para nuestro país, nuestra
economía y bienestar político.
La geografía que compartimos crea relaciones
económicas naturales en las Américas. La
región representa a 800 millones de consumidores orientados
por el mercado y un producto interno bruto de 14 billones de
dólares. Tres de nuestros principales proveedores de
energía están en este hemisferio.
Las exportaciones estadounidenses a América Latina han
aumentado casi 100 por ciento en la última década, en
tanto que nuestras exportaciones al resto del mundo han
experimentado aumentos de menos del 50 por ciento. Canadá y
México son nuestros socios comerciales primero y segundo.
Nuestras relaciones económicas en el Hemisferio
Occidental son muy significativas, y si fueran todo lo que tenemos
en juego aquí, la región demandaría nuestra
atención cuidadosa. Pero nuestros intereses políticos
y de seguridad en las Américas son también vitales.
Mientras luchamos en la guerra mundial contra el terrorismo, es
imperativo que tengamos vecinos fuertes, democráticos que
trabajan con nosotros para asegurar nuestras fronteras... y
defender nuestros intereses comunes y valores compartidos... tanto
en nuestro país como en el extranjero.
En pocas palabras, lo que está en juego para nosotros en
este hemisferio es muy importante.
Hoy, los líderes elegidos de la región encaran un
nuevo reto: hacer que la democracia trabaje por el bienestar
general de sus pueblos. Redunda en nuestro interés ayudarlos
a que tengan éxito.
A menos que los hombres y las mujeres de todas las clases
sociales tengan un interés en el crecimiento
económico en América Latina y el Caribe, la brecha
entre ricos y pobres se ensanchará, y la prosperidad
auténtica puede demostrar ser ilusoria o insostenible.
Tenemos una solución, comprobada a lo largo del tiempo,
para este acertijo: la democracia y el imperio del derecho son
esenciales para el desarrollo y el comercio mundiales, porque
facultan a los individuos para que compartan los costos y los
beneficios de la prosperidad.
Al ser los pueblos de las Américas libres para ejercer
sus libertades políticas esenciales, podrán,
naturalmente, reclamar su justa porción de oportunidad
económica. A largo plazo, el crecimiento económico de
base amplia produce una mayor estabilidad y sustentabilidad.
Esa es nuestra estrategia. Ese es nuestro reto.
Esta noche discutiré cuán lejos hemos llegado en
las Américas en institucionalizar nuestro compromiso con la
democracia y el imperio del derecho. Pero hablaré
también de la tarea inconclusa: fortalecer nuestras
instituciones y, de modo muy simple, gobernar con justicia y
bien.
En el caso del Hemisferio Occidental, si uno se dejara llevar
simplemente por los titulares de nuestros diarios, puedo comprender
cómo uno se llevaría la impresión de que las
cosas no marchan tan bien, que la región está plagada
de descontento y que el futuro de la democracia está en
peligro.
Pero si damos un paso atrás y miramos las cosas desde una
perspectiva más amplia, yo argumentaría que los retos
que encara hoy América Latina son no son tanto una amenaza
a la idea de la democracia, sino más bien los dolores de
crecimiento de una región que experimenta una silenciosa --
y, en ocasiones, no tan silenciosa -- revolución de libertad
y progreso.
En verdad, puedo recordar cuando comencé por primera vez
mi carrera profesional en la década de los 80. Hace
escasamente veinte años, América Latina era un lugar
muy diferente. Las economías y los sistemas políticos
eran cerrados, llevaban al estancamiento y la alienación y
alimentaban las condiciones de la insurrección armada.
Los ejércitos ilegales, abundantemente abastecidos por la
ex Unión Soviética y Cuba, daban rienda suelta a la
devastación. En respuesta, uno tenía dictaduras
militares que luchaban contra un enemigo esquivo, y que en muchos
casos no hacía distingos entre inocentes y combatientes. Era
una época en la que el futuro de la democracia estaba,
evidentemente, en balanza.
Hoy, sin embargo, la lucha por la democracia que
caracterizó la década de los 80 se ha convertido en
un esfuerzo mutuo para distribuir los beneficios de la libertad a
cada individuo en cada país. La vasta mayoría de los
latinoamericanos y sus vecinos caribeños viven bajo
líderes de su propia elección -- la dictadura
represiva de Cuba es la excepción más notable y
trágica.
Hoy, las elecciones libres y las transferencias pacíficas
del poder son la norma, y los antiguos adversarios compiten no en
el campo de batalla sino en el terreno de juego democrático
de la política electoral.
El progreso político de la región ha marchado a la
par de las reformas económicas. Aunque muchos países
encaran graves retos económicos, los viejos demonios se han
ido: la inflación ha sido mayormente domada, los
países están cada vez más abiertos al comercio
y la inversión extranjeros; ocurren reveses
económicos, pero ya no conducen inevitablemente a crisis
económicas que afecten al hemisferio entero.
De hecho, la propagación de la democracia y la libertad
económica ha abierto oportunidades sin precedente para que
millones se ayuden a sí mismos a salir de la miseria.
Ahora bien, a pesar de todo lo dicho, debe reconocerse
también que mucha gente de la región está
cansada de esperar a que sus vidas mejoren y a que su futuro se
vuelva más brillante. Evidentemente, hay una
insatisfacción persistente con la calidad de la democracia
y los resultados de la reforma económica.
Pero, irónicamente, yo sugeriría que tales
sentimientos son una medida de cuán lejos ha llegado nuestro
hemisferio, política y económicamente. Porque las
mejoras que ha experimentado el hemisferio han creado expectativas
incrementadas de buen gobierno y responsabilidad y prosperidad
más amplias.
Al discutir el progreso de la democracia en el hemisferio, el ex
presidente de Bolivia Jorge Quiroga, un ejemplo sobresaliente de la
nueva generación de líderes democráticos
latinoamericanos -- quien es también un ávido
alpinista -- dijo que los países latinoamericanos han
alcanzado "la línea de la nieve" en su viaje de ascenso por
la montaña democrática. Han llegado lejos, pero
todavía tienen por delante un arduo camino.
Y al pensar en ese viaje hacia adelante, tenemos que empezar por
reconocer que no todos los elementos necesarios de la democracia
plenamente efectiva están presentes en todos los
países de la región. Las actuales instituciones y
valores no siempre son capaces de impedir que los políticos
se comporten incorrectamente, de mantener a la oposición en
un comportamiento responsable, y de impedir que las frustraciones
de los votantes se desborden al entrar en ebullición.
Las encuestas de opinión demuestran que los
latinoamericanos, en su mayoría, no confían en sus
gobiernos y sus instituciones. A su vez, las élites
políticas de la región exhiben a menudo un
alejamiento deliberado en relación con el pueblo que se
supone representan y sirven. Demasiado a menudo las actividades y
preocupaciones de los funcionarios de gobierno y de la
mayoría de los ciudadanos giran en órbitas separadas.
El abismo se ve a menudo reforzado por la inmunidad legal que se
concede a los legisladores y la impunidad de facto que se concede
a muchos otros agentes gubernamentales y políticos.
La desconfianza mutua resultante alienta la corrupción,
que cobra la forma de soborno abierto, tratos especialmente
favorables a los compinches políticos o beneficios
públicos reservados para una clase privilegiada. Y la
corrupción se propaga y continúa en tanto que a
nadie, jamás, se lo hace responsable de sus actos.
Muchas instituciones formalmente democráticas en
América Latina son débiles y están politizadas
en exceso. En algunos países no hay un solo organismo -- un
Tribunal Supremo, una Comisión Electoral, una Junta
Reguladora -- en la que se pueda confiar para que tome, como
cuestión de rutina, decisiones imparciales y
apolíticas de acuerdo con la ley.
Muchos partidos políticos de la región no hacen
bien su labor -- a menudo están desprovistos de ideas
nuevas, demasiado concentrados en el padrinazgo y demasiado
dependientes de las destrezas particulares de un líder
carismático. Esa mentalidad "malcriada" se ve a menudo
reforzada por sistemas electorales que favorecen las candidaturas
legislativas que pasan por las listas de candidatos del partido --
como resultado de lo cual los políticos le deben demasiada
lealtad a la estructura partidaria y no la suficiente a los
electores.
La pobreza y la desigualdad de ingresos y riqueza que
caracterizan a gran parte de la región hacen difícil
que la democracia prospere. Los estados deficientemente financiados
carecen de los recursos para aplicar imparcialmente las reglas del
juego -- incluso cuando los funcionarios de gobierno tienen la
voluntad política de intentarlo.
Más aún, la revolución mundial de las
telecomunicaciones ha hecho conocer de las masas las enormes
disparidades de estilos de vida entre ricos y pobres, lo que hace
que muchos se pregunten si la democracia funciona realmente para
ellos, si sus gobiernos son verdaderamente representativos y
efectivos.
Esa percepción de inequidad se ve agudizada por la
tendencia de algunos gobiernos de prestar escasa atención a
los derechos de las minorías -- los derechos de los pueblos
indígenas, las minorías étnicas, las mujeres,
los niños o los discapacitados.
En muchas naciones del hemisferio los altos niveles de
criminalidad entibian el entusiasmo de los votantes por el
régimen democrático. Proveer para la seguridad
básica de sus ciudadanos debe ser la labor número uno
de cualquier gobierno -- entonces, si una administración ha
fracasado en esta función esencial, ¿podrá alguna vez
ganarse la confianza de sus ciudadanos?
Creo que estos retos pueden ser superados colocando lentamente
en su lugar algunas de las piezas que faltan en el rompecabezas
democrático del hemisferio.
Tomados en conjunto -- confianza, transparencia, efectividad,
naturaleza incluyente, la seguridad pública y consenso
político acerca de la necesidad de que el bienestar nacional
encuadre la toma de decisiones -- son lo que permite a las
democracias vibrantes resistir los sacudimientos políticos
y económicos del sistema. Son la esencia de "gobernar con
justicia y bien".
Ahora bien, estoy seguro de que la mayoría de nosotros
reconoce que en Estados Unidos la democracia todavía se
sigue perfeccionando. En ocasiones elegimos funcionarios corruptos.
Tratamos todavía de encontrar el equilibrio correcto entre
la libertad del individuo y la necesidad de proteger a la sociedad.
Todavía debatimos los problemas de los derechos de las
minorías. Y la lista no termina allí.
Pero nuestro sistema es cada vez más efectivo para
eliminar enfrentamientos, reducir presiones explosivas y salvar
crisis, desde las guerras civiles y el asesinato de presidentes a
los desastres naturales y los ataques terroristas. Por sobre todo,
es flexible y capaz de recuperarse.
Creo firmemente que las democracias del hemisferio se vuelven
cada día más fuertes. De hecho, las reformas
políticas e institucionales de segunda generación se
abren camino lentamente en las agendas políticas nacionales
de la región.
Si yo tuviera que aconsejar a un presidente recién
elegido que quiere construir una democracia más perfecta,
¿qué le recomendaría? Tengo una buena cantidad de
sugerencias.
Llegue hasta la oposición, la sociedad civil y los grupos
minoritarios. El diálogo crea confianza, y la confianza es
el elemento clave en el estímulo de la participación
política real y en impedir que la olla política se
derrame a fuerza de hervir.
Haga conocer los éxitos de su administración. Los
ciudadanos necesitan saber cuándo su gobierno es efectivo,
cuándo se inauguran escuelas o se emprenden programas de
vacunación.
Un corolario: cultive y aprenda a trabajar con los medios
noticiosos responsables. Sin ellos, uno no puede dar a conocer sus
éxitos u oponerse a las críticas.
Enjuicie vigorosamente los casos de corrupción. El
novelista peruano y, en una ocasión, aspirante a la
presidencia Mario Vargas Llosa, ha observado que el cinismo es uno
de los rasgos culturales más prominentes de América
Latina porque la mayoría de los ciudadanos consideran que la
política es el arte de enriquecerse a sí mismo. El
ciclo del cinismo sólo puede romperse cuando cambian los
hechos en el terreno.
Institucionalice los procedimientos gubernamentales que
promueven la transparencia. La luz del sol y el aire fresco son
desinfectantes naturales -- considere usar sistemas
electrónicos de compras en los contratos gubernamentales,
patrocinar legislación sobre libertad de información
y establecer una oficina del defensor del pueblo para estudiar las
alegaciones de corrupción.
Haga que los funcionarios elegidos rindan cuentas a sus
electores. Es más probable que los políticos se
comporten responsablemente si los votantes de un distrito definido
pueden hacerlos responsables fácilmente o si están
sujetos a sanciones judiciales.
Faculte al gobierno local. La gente actúa
recíprocamente con los políticos locales,
concediéndoles a los gobiernos municipales responsabilidad
e ingresos reales que pueden aplastar la corrupción y darle
a la gente un mayor sentido de participación directa en el
sistema político.
Cree una judicatura imparcial, profesional y apolítica.
Nada se burla tanto de la democracia como un sistema de justicia
decrépito y corrupto. Algunos países de la
región han logrado gran éxito en la reforma judicial
mediante, por ejemplo, la modernización de los
procedimientos del código civil, la introducción de
sistemas computarizados de rastreo de casos, el escalonamiento de
los nombramientos de los jueces del Tribunal Supremo y el
nombramiento de consejos judiciales que supervisan la
contratación, despido y disciplina de los empleados
judiciales.
Amplíe la oportunidad económica para gente de
todas las clases sociales. Es imposible eliminar la pobreza y la
desigualdad de la noche a la mañana. Pero el camino hacia la
prosperidad se construye permitiéndoles a los individuos la
oportunidad de ejercer su propia fuerza y crear riqueza personal.
Concéntrese en aspectos tales como la reducción de
los procedimientos burocráticos en la inscripción de
empresas, la ampliación del acceso al crédito
bancario, la utilización de las remesas de dinero con
propósitos productivos y la provisión de un mayor
acceso a la educación y la titulación de
propiedades.
Profesionalice la fuerza policial. La seguridad pública
no sólo es una función crucial del gobierno, sino que
los oficiales de policía son a menudo, para la
mayoría de los ciudadanos, la personificación
más visible del poder de cualquier administración --
de modo que deben actuar con eficiencia y respeto.
Trabaje con sus asociados de todo el mundo. En el hemisferio
hemos provisto ayuda a la creación de la democracia, que va
desde la reforma de los códigos legales y el entrenamiento
judicial, hasta los proyectos contra la corrupción y la
solución de conflictos.
El presidente Bush le ha asignado una gratificación al
buen gobierno y la inversión social, que reconoce como algo
esencial para el futuro de las Américas cuando
anunció la iniciativa de la Cuenta del Reto del Milenio
(MCA). Si el Congreso la financia a plenitud, la MCA
aumentará en un 50 por ciento nuestra ayuda al desarrollo
central, lo que resultará en un aumento anual, para el
año fiscal 2006 y después, de 5.000 millones de
dólares sobre nuestros niveles actuales. Este dinero se
dirigirá a aquellos países que gobiernen justa y
honradamente, que sostengan el imperio del derecho, combatan la
corrupción, inviertan en su pueblo y promuevan la libertad
económica.
Al contrario de los programas de ayuda tradicionales, la MCA
ofrecerá incentivos para que los países inviertan en
sus pueblos, de modo que cuenten con los recursos y oportunidades,
tales como educación, atención médica y
nutrición adecuadas e igualdad ante la ley, a fin de mejorar
su propia calidad de vida y contribuir al mayor bien.
Es un mensaje sano y sólido a nuestros socios en la
región. Estamos preparados para ayudar a aquellos que se
ayuden a sí mismos.
Antes de concluir mi discurso de esta noche, quisiera tocar un
tema que ha estado últimamente en los titulares de la
prensa, y probablemente volverá a estarlo. Es evidente al
repasar la experiencia democrática en América Latina
durante los últimos 25 años, para decirlo
simplemente: las elecciones, por sí solas, no hacen una
democracia fuerte.
Por cierto que las elecciones de base amplia, imparciales,
transparentes y guiadas constitucionalmente son esenciales para
conferirle un manto democrático a un líder
elegido.
Pero las elecciones democráticas no conceden un derecho
divino para gobernar. Lo cual es la razón de que tengamos
separación de poderes, frenos y contrapesos,
cláusulas de juicio político, referendos
revocatorios, etc, para refrenar a aquellos que abusan de su
autoridad.
Se espera que un líder democrático
auténtico gobierne dentro del marco estructural
democrático que sostiene el imperio del derecho, garantiza
las libertades fundamentales, protege los derechos de las
minorías, asegura la integridad de las instituciones
democráticas y, quizás por encima de todo, pone los
intereses de la nación por encima de la buena fortuna
personal o política.
En ocasiones los presidentes elegidos olvidan estas verdades
simples. El ex presidente Fujimori, de Perú, nos viene a la
memoria, como también el ex presidente Jean-Bertrand
Aristide, de Haití.
Yo argumentaría que el señor Aristide, a
través de sus propios actos, en el curso de los
últimos ochos años, disipó su mandato como
presidente elegido al corromper y socavar las instituciones
fundamentales de su propio gobierno. Violó
sistemáticamente cada uno de los preceptos de buen gobierno
que bosquejé anteriormente, alienó sectores de la
sociedad civil y socavó su autoridad moral al atropellar los
derechos de otros.
En un acto final, optó por renunciar, evitando un
baño de sangre y dándoles a los haitianos la
oportunidad de construir un futuro mejor.
Hoy, Haití se recupera a sí mismo lentamente.
Nosotros, junto con la comunidad internacional, trabajamos para
reforzar la legitimidad del nuevo gobierno y aumentar su
efectividad.
La creación de una democracia estable en Haití es,
desafortunadamente, una proposición de largo plazo.
Pero me atrevo a decir que para el resto de los países
del hemisferio el plazo es mucho más corto.
Y es de esperar que otros líderes de la región
estén escuchando.
Hacia el final de sus vidas profesionales, los historiadores
Will y Ariel Durant escribieron un pequeño libro titulado
"Las Lecciones de la Historia", que trató de destilar la
esencia de su obra en once volúmenes, "Historia de la
Civilización".
Observaron los Durant que "si fuéramos a juzgar las
formas de gobierno según su frecuencia y duración en
la historia, tendríamos que darle el primer premio a la
monarquía; por contraste, las democracias han sido
intervalos turbulentos".
Pero el matrimonio sigue adelante para concluir que la
democracia ha hecho "más bien que cualquier otra forma de
gobierno", y para sugerir que "la democracia será real y
estará justificada" si comprendemos que "aunque los hombres
no pueden ser iguales, su acceso a la educación y la
oportunidad puede hacerse más próximo a la
igualdad".
Las democracias sólo pueden alcanzar el éxito
completo si todos los ciudadanos creen que se les ha concedido el
derecho y la oportunidad de triunfar como individuos. Cualquier
líder de una democracia que pase por alto ese imperativo --
que no aplique igualitariamente la ley, que no amplíe la
oportunidad educativa y no recompense la empresa económica
individual -- puede, en verdad, aprender por amarga experiencia que
la democracia no puede ser otra cosa que un "intervalo
turbulento".
Gracias.
(termina el texto)
(Distribuido por la Oficina de Programas de Información
Internacional del Departamento de Estado de Estados Unidos. Sitio
en la Web: http://usinfo.state.gov/espanol)
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