Definición(es)
El cuidado de transición se define como aquel que facilita el paso de un estadio de una enfermedad a
otro o de un lugar de cuidado a otro. Por ejemplo, a medida que la enfermedad
evoluciona, el paciente puede pasar por fases de la enfermedad que requieren un
énfasis diferente en las metas de cuidado y, consecuentemente, en la naturaleza
del cuidado suministrado en sí. El individuo podría tener una enfermedad
susceptible a la terapia curativa; en ese caso la terapia puede enfocarse en ese
sentido. En otro caso, otro estadio del cáncer podría en cambio responder mejor a un intenso
enfoque paliativo. En muchos casos el objetivo es conseguir un equilibrio entre
los dos , lo curativo y lo paliativo. Cada vez más individuos pasan también por transiciones difíciles al ir
de la enfermedad a la salud. La transición también ocurre al cambiar de un
tipo de tratamiento a otro, por ejemplo, de cuidado intensivo en un centro médico
a cuidado no tan intensivo, un hogar para ancianos, un centro de rehabilitación,
atención a domicilio o un centro de cuidados paliativos. Al proceso de planificación para estas
transiciones se le denomina con frecuencia planificación post-alta, puesto que
implica el dar de alta de una institución para una transferencia a otra. Las transiciones podrían llevarse acabo en un entorno ambulatorio cuando el paciente ya no se beneficia del tratamiento dirigido al tumor y se beneficiaría más de un derivado a un hospicio o centro de cuidados paliativos realizado directamente por el personal a cargo de pacientes ambulatorios. No
obstante, la planificación post-alta debe basarse en el concepto de la
continuación de los cuidados, o estos se volverán fragmentados. El sitio de
cuidado lo dicta tanto el estadio de la enfermedad o los factores de comorbilidad
relacionados que complican el tratamiento oncológico y por los valores del paciente o familiares y los objetivos del cuidado, como los factores fiscales u
otros relacionados con el acceso a la atención médica. Todas las transiciones
requieren cierto grado de cambio, y los cambios, ya sean positivos o negativos,
generan estrés para el paciente, la familia y el personal. Por ello, se deben
desarrollar protocolos de cuidado de transición con el objetivo de reducir el
estrés al mínimo y asegurar un buen cuidado para el paciente.
Para lograr que el cuidado de transición sea óptimo y tenga éxito, se deberá
mantener una relación completamente integrada entre el cuidado interno y el
cuidado ambulatorio. El cuidado ambulatorio ampliamente definido incluye la
atención domiciliaria, en unidades o centros de rehabilitación, centros de
enfermería especializados, en hogares para ancianos y centros de cuidados paliativos. La planificación
post-alta puede mejorarse mediante un enfoque de coordinación de los sistemas,
según el cual se puede contar con una enfermera o trabajador social que sirva de
intermediario entre el hospital, las compañías de atención domiciliaria más
importantes, los centros de rehabilitación, los hogares para ancianos y otras
fuentes de atención médica.[1] Es de suma importancia que exista un coordinador
para todos los profesionales de la salud, al igual que la comunicación en entre
los mismos. Con frecuencia es el paciente mismo o uno de sus familiares quien
asume la función de llevar la información de un profesional del equipo a otro;
pero a medida que la enfermedad avanza y se torna más compleja, se hace más
necesaria la formalización de un mecanismo definido y claro para todos los
miembros del equipo. El fundamento de estos servicios integrados deberá basarse
en un modelo biopsicosocial, en el que se asuma que la enfermedad no es solamente
un fenómeno biológico, sino también psicológico y social.[2] Aún es más: este
modelo debe sostener las transiciones a través de las variadas etapas de cuidado
y enfoques de tratamiento.
Para complementar los esfuerzos del médico en el inicio de la planificación de la
estrategia médica a seguir, se deben realizar evaluaciones biopsicosociales
completas de rutina, realizadas por un miembro entrenado del equipo de atención
médica, preferiblemente un trabajador social médico o una enfermera clínica.
Para valorar las metas del cuidado en general, es de suma importancia que el
médico a cargo del tratamiento conozca la necesidad de guiar al paciente a través
de las diferentes opciones de cuidados basándose en el equilibrio entre el
estatus de la enfermedad, las posibilidades de tratamiento, estatus funcional,
las metas del paciente y sus familiares, y su interpretación de los parámetros de
lo que es la calidad de vida. Idealmente, esta valoración se deberá realizar en
el momento de admisión a cualquier centro de atención hospitalaria y en momentos
críticos durante el curso de la enfermedad, incluyendo el diagnóstico, la
finalización de un protocolo de tratamiento curativo, las recaídas y la fase
terminal. Es esencial que esta valoración se lleve a cabo de manera rutinaria, ya
que en el transcurso de la enfermedad ocurrirán muchos cambios en los objetivos
de tratamiento del paciente y de su familia, y en el deseo y la capacidad de los
familiares para cuidar del paciente. Las revalorizaciones son esenciales para el
éxito de la atención domiciliaria, el cumplimiento de las recomendaciones del
médico y el manejo del estrés.[3] Las reevaluaciones de rutina del estado
biopsicosocial del paciente y de su familia deberán formar parte del proceso de
manejo tanto en el cuidado hospitalario como en el ambulatorio.
Bibliografía
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McDaniel S, Hepworth J, Dogerty W: A new prescription for family health care. Family Therapy Networker 17 (1): 18-29, 1993.
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Beck-Friis B, Strang P: The organization of hospital-based home care for terminally ill cancer patients: the Motala model. Palliat Med 7 (2): 93-100, 1993.
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