Elecciones en 2008 | Guía de las elecciones de 2008

16 septiembre 2008

El papel de los partidos políticos

Los dos partidos principales controlan las ramas ejecutiva y legislativa

 
Estos votantes de Nueva Hampshire escuchan al aspirante demócrata a la presidencia, John Edwards, en una casa particular de Salem a principios de la temporada de las elecciones primarias de 2008.
Estos votantes de Nueva Hampshire escuchan al aspirante demócrata a la presidencia, John Edwards. (© Jim Cole/AP Images)

(El siguiente artículo pertenece a la publicación del Departamento de Estado, Las elecciones de EE.UU. en síntesis)

Cuando los fundadores de Estados Unidos elaboraron y ratificaron la Constitución del país en 1787, no previeron un papel definido para los partidos políticos. De hecho, incluyeron ciertas disposiciones constitucionales, como la separación de poderes entre las ramas ejecutiva, legislativa y judicial, el federalismo, y la elección indirecta del presidente por medio de un Colegio Electoral (véase más adelante), con el fin de aislar a la nueva república de la influencia de partidos y facciones.

A pesar de las intenciones de los fundadores, en 1800 Estados Unidos se convirtió en la primera nación que desarrolló incipientes partidos políticos organizados en todo el país para lograr la transferencia del poder ejecutivo de una a otra facción por medio de elecciones. El desarrollo y la expansión ulterior de los partidos políticos guardó estrecha relación con la ampliación del derecho al voto. En los primeros días de la república, sólo los propietarios varones podían votar, pero esa restricción se empezó a debilitar a principios del siglo XIX a consecuencia de la inmigración, el crecimiento de las ciudades, y otras fuerzas democratizadoras como la expansión hacia el oeste del país. A lo largo de los decenios, los derechos de los votantes se ampliaron a sectores cada vez más vastos de la población adulta, a medida que las restricciones basadas en la propiedad, la raza y el género fueron eliminadas. Al ampliarse el electorado, los partidos políticos evolucionaron para movilizar a esa creciente masa de votantes como el camino para obtener el control político. Los partidos políticos se institucionalizaron a fin de llevar a cabo esta tarea esencial. Así pues, los partidos surgieron en Estados Unidos como parte de la expansión democrática y a partir de la década de 1830 se establecieron con vigor y adquirieron poder.

Hoy los partidos Demócrata y Republicano, ambos herederos de partidos surgidos en los siglos XVIII y XIX, dominan el proceso político. Con pocas excepciones, los dos partidos más importantes controlan la presidencia, el Congreso, los cargos de gobernador y las legislaturas estatales. Por ejemplo, desde 1852, todos los presidentes han sido republicanos o demócratas, y en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, la porción del voto popular para presidente que ha correspondido a los dos partidos principales ha sido de casi 95 por ciento. Es raro que alguno de los 50 estados elija a un gobernador que no sea demócrata o republicano. El número de miembros del Congreso o de las legislaturas estatales que pertenecen a terceros partidos o son independientes es muy reducido.

En las últimas décadas ha ido en aumento el sector de votantes individuales que se clasifican a sí mismos como “independientes” y en muchos estados se permite que se registren como tales para votar. No obstante, según las encuestas de opinión, hasta los que dicen que son independientes suelen tener alguna inclinación a favor de uno u otro partido.

Una excepción a esta regla general se puede ver a nivel local, sobre todo en ciudades y poblados pequeños donde a veces a los candidatos no se les exige declarar su afiliación partidista, o se les permite contender como parte de una lista de aspirantes al cargo con mentalidad parecida, bajo el estandarte de alguna iniciativa local en particular, como la remodelación del centro de la ciudad o la construcción de escuelas.

Aunque los dos partidos políticos más importantes del país organizan y dominan el gobierno a nivel nacional, estatal y local, tienden a ser menos cohesivos y programáticos en el aspecto ideológico que los partidos de muchas otras democracias. La capacidad de esos partidos principales para adaptarse al desarrollo político de la nación se ha traducido en un predominio del pragmatismo en el proceso político.

¿Por qué hay un sistema de dos partidos?

Como hemos dicho, los republicanos y los demócratas han dominado la política electoral desde la década de 1860. Este historial sin paralelo en el que los dos mismos partidos monopolizan sin cesar la política electoral de un país refleja ciertos aspectos estructurales del sistema político estadounidense y también algunos rasgos particulares de los partidos.

El mecanismo habitual para la elección de legisladores nacionales y estatales en Estados Unidos es el sistema de distritos “de un solo miembro”, en el cual el candidato que recibe una pluralidad de votos (es decir, el mayor número de votos en el distrito de votación) gana la elección. Aun cuando en unos cuantos estados se exige una mayoría de votos para ganar la elección, casi todos los aspirantes a cargos públicos pueden ser elegidos con una pluralidad simple.

A diferencia de los sistemas proporcionales que gozan de aceptación en muchas democracias, el sistema de distritos de un solo miembro permite que en un distrito determinado gane un solo partido y, de este modo, crea incentivos para formar partidos políticos de amplia base con suficientes destrezas administrativas, recursos económicos y atractivo popular para ganar una pluralidad de votos en los distritos legislativos de todo el país. Con este sistema, los candidatos más débiles y los de terceros partidos están en desventaja. De ordinario, los partidos que tienen pocos recursos financieros y un apoyo popular bajo no ganan ni un solo cargo de representación. Por eso es difícil que los nuevos partidos logren un grado sustancial de representación proporcional y adquieran influencia nacional, ya que la estructura del sistema electoral del país dicta que “todo es para el ganador”. ¿Por qué hay dos partidos nacionales bien financiados y no tres, por ejemplo? En parte, porque se estima que dos partidos brindan a los votantes suficientes alternativas, pero también porque los estadounidenses han rechazado los extremos políticos a lo largo de la historia y porque los dos partidos están abiertos a las nuevas ideas (véase más adelante).

El Colegio Electoral

El sistema de Colegio Electoral para elegir presidente es un incentivo más para adoptar la solución bipartidista. Con este sistema, los estadounidenses no votan directamente por el presidente y el vicepresidente. En realidad votan en cada estado para escoger a cierto número de “electores” que se comprometen a apoyar a uno u otro candidato presidencial. El número de electores corresponde en cada caso al número de miembros que hay en la delegación del Congreso del estado, es decir, a la cantidad de representantes y senadores que tiene esa entidad. La elección para la presidencia requiere una mayoría absoluta de los 538 votos electorales de los 50 estados. (Esa cifra incluye tres votos electorales de Washington, la ciudad capital nacional, en el distrito de Columbia, que no es un estado y que no tiene representación de votantes en el Congreso.)

El requisito de la mayoría absoluta hace que sea muy difícil que el candidato de un tercer partido gane la presidencia, porque los votos electorales de los estados se asignan con el criterio de todo para el vencedor (con dos excepciones). Es decir, el candidato que recibe una pluralidad del voto popular en un estado, aunque sea una pluralidad muy escasa, gana todos los votos electorales de esa entidad. En Maine y Nebraska, el ganador del voto popular en todo el estado obtiene dos votos electorales y al ganador de cada distrito del Congreso se le confiere un voto electoral. Igual que en el sistema de distritos de un solo miembro, el Colegio Electoral es una desventaja para los terceros partidos, pues éstos tienen pocas probabilidades de ganar los votos electorales de un estado, y menos aún de reunir el número suficiente de estados para elegir al presidente.

Los fundadores de la nación idearon el sistema del Colegio Electoral como parte de su plan para que el poder fuera compartido por los estados y el gobierno nacional. Con el sistema del Colegio Electoral, el voto popular para presidente en todo el país no tiene fuerza decisiva. En consecuencia, es posible que los votos electorales concedidos de acuerdo con las elecciones estatales produzcan un resultado diferente del obtenido a partir del voto popular en toda la nación. De hecho, en 17 elecciones presidenciales el ganador no obtuvo la mayoría de los sufragios en términos del voto popular. El primero de ellos fue John Quincy Adams en la elección de 1824, y el más reciente fue George W. Bush en 2000. Hay quien cree que el sistema de Colegio Electoral es una reliquia pasada de moda, pero otros observadores lo prefieren porque obliga a los candidatos presidenciales a contender en elecciones en muchos estados y no sólo en los más poblados.

El colegio electoral de Nebraska se reúne en Lincoln, Nebraska en diciembre de 2004, para otorgar los cinco votos electorales del estado a favor del presidente George W. Bush.
El colegio electoral de Nebraska se reúne en 2004 para otorgar votos electorales a favor del presidente Bush. (© Nati Harnik/AP Images)

Otros obstáculos para terceros partidos

Debido a que el sistema tiende a producir dos partidos nacionales al cabo del tiempo y a que los demócratas y los republicanos tienen hoy el control de la maquinaria del gobierno, no es de sorprender que ellos hayan creado otras reglas electorales en su propio beneficio. Por ejemplo, lograr que un nuevo partido figure en las listas electorales de un estado puede ser ahora una empresa ardua y costosa que a menudo requiere reunir decenas de miles de firmas de peticionarios y, después, tener la capacidad de ganar un porcentaje suficiente de votos en los comicios, el “umbral”, para poder seguir contendiendo en elecciones.

El proceso distintivo de nominación de candidatos en Estados Unidos es otra barrera estructural para terceros partidos. Entre todas las democracias del mundo, la de este país es única por el grado abrumador en que depende de elecciones primarias la designación de los candidatos de los partidos para la presidencia, el Congreso y los gobiernos estatales. Como ya se ha dicho, en este tipo de sistema de nominación, los votantes ordinarios seleccionan en una elección primaria al candidato de su partido para la elección general. En la mayoría de las naciones, la designación de candidatos de un partido la controlan las organizaciones y los dirigentes del mismo. Sin embargo, en Estados Unidos hoy es común que los votantes sean quienes deciden a fin de cuentas quiénes serán los candidatos republicano y demócrata.

A pesar de que con este sistema la organización interna de los partidos es más débil, en comparación con la que hay en la mayoría de las democracias, este proceso de participación en la designación de candidatos ha contribuido a que la política electoral esté dominada por los republicanos y los demócratas. La opción de ganar la candidatura de un partido en elecciones primarias permite que los candidatos insurgentes o reformistas se integren a los partidos y trabajen en ellos para ser incluidos en la lista de candidatos de la elección general, con lo cual aumentan sus probabilidades de obtener la victoria en dicha elección sin tener que organizar un tercer partido. Así, el proceso de nominación en elecciones primarias tiende a encauzar a los disidentes hacia los dos partidos principales y, en general, suprime la necesidad de que se embarquen en la ardua tarea de formar un nuevo partido. Por añadidura, los partidos y sus candidatos tienden a adaptar sus estrategias electorales para cooptar el mensaje de los candidatos independientes y de terceros partidos que demuestran gozar de aceptación popular.

Apoyo de amplia base

Los partidos Republicano y Demócrata pugnan por tener un gran número de partidarios y tratan de atraer votantes de todas las clases económicas y todos los grupos demográficos. Con excepción de los votantes afro-estadounidenses y judíos, la mayoría de los cuales suelen votar por el candidato presidencial demócrata, los dos partidos tienen un grado apreciable de apoyo en casi todos los grupos socioeconómicos importantes de la sociedad. Los partidos se muestran también flexibles en cuanto a sus posiciones políticas y no suelen mostrar una adhesión estricta a las ideologías ni a las metas políticas. Su interés tradicional ha sido más bien, en primer lugar y ante todo, ganar las elecciones y controlar las ramas electivas del gobierno.

En virtud de la amplitud de sus bases socioeconómicas de apoyo electoral y por la necesidad de desenvolverse en una sociedad donde la ideología de centro es predominante, los partidos de Estados Unidos han adoptado posiciones políticas esencialmente centristas. Como hemos dicho, ellos muestran también un alto nivel de flexibilidad en su política. Este enfoque no doctrinario permite que los republicanos y los demócratas toleren una gran diversidad dentro de sus filas y los ha dotado de capacidad para absorber a terceros partidos y movimientos de protesta cuando éstos se presentan. En general, se considera que el Republicano es el partido conservador, que da más énfasis a los derechos de propiedad y a la acumulación de riqueza por el sector privado, mientras que a los demócratas se los ubica un poco más a la izquierda como partidarios de una política social y económica liberal. En la práctica, en cuanto alcanzan el poder, ambos partidos tienden a ser pragmáticos.

Estructura descentralizada de los partidos

Además de su flexibilidad ideológica, los dos principales partidos estadounidenses se caracterizan por tener una estructura descentralizada. En cuanto el presidente ocupa su cargo, ya no puede contar con que los miembros de su partido en el Congreso vayan a ser leales partidarios de sus iniciativas favoritas, del mismo modo que los líderes del partido en el Congreso no pueden aspirar a que todos los congresistas de su partido voten siempre de acuerdo con sus lineamientos. Los caucus demócrata y republicano en el Congreso (formados por sus legisladores en funciones) son autónomos y pueden apoyar políticas opuestas a las del presidente, aunque éste sea de su mismo partido. También en la recaudación de fondos para las elecciones se observa la misma separación, ya que los comités de campaña republicano y demócrata para el Congreso y el Senado son independientes de los comités nacionales de sus partidos, los cuales tienden a estar enfocados en la elección presidencial. Además, salvo en lo que se refiere a afirmar su autoridad en los procedimientos para la selección de delegados a las convenciones nacionales de nominación, las organizaciones partidistas nacionales rara vez se inmiscuyen en los asuntos del partido a nivel estatal.

Esta fragmentación organizativa refleja las consecuencias del sistema constitucional de separación de poderes, es decir, la división del poder entre las ramas legislativa, ejecutiva y judicial del gobierno, tanto a nivel federal como en los estados. El sistema de poder dividido no crea muchos incentivos para la unidad partidista entre los legisladores y el jefe del ejecutivo del mismo partido. Esto también es válido, en términos generales, en el caso de los miembros del Congreso pertenecientes al mismo partido que el presidente de la república, o en cuanto a la relación correspondiente entre los legisladores de un estado y su gobernador.

El sistema estratificado de gobiernos federal, estatales y locales de Estados Unidos da mayor ímpetu a la descentralización de los partidos porque genera miles de grupos electorales para todas las personas que ostentan un cargo público en cualquiera de los tres niveles mencionados. Como se dijo antes, el sistema de elecciones primarias para hacer las nominaciones electorales debilita también a las organizaciones partidistas al negarles la posibilidad de controlar la selección de sus candidatos. Por lo tanto, a estos últimos se los alienta a formar sus propias organizaciones de campaña y a atraer un electorado fiel, pues sólo así pueden imponerse, inicialmente en las primarias y luego en la elección general.

El recelo del público

A pesar de la larga e impresionante evidencia de organización partidista en el sistema político de Estados Unidos, un elemento arraigado en la cultura cívica del país es la creciente desconfianza hacia los partidos políticos. La adopción y el auge del sistema de elecciones primarias para la nominación de aspirantes al Congreso y candidatos estatales atestigua que entre el público hay un sentimiento populista e incluso contrario a los partidos. Los estadounidenses modernos son escépticos ante la idea de que los líderes de sus organizaciones partidistas tengan mucho poder sobre el gobierno. Las encuestas de opinión pública revelan continuamente que un alto porcentaje de la población opina que los partidos a veces complican los problemas en lugar de aclararlos y que sería mejor suprimir sus emblemas en las papeletas de voto.

Así pues, los partidos tienen que lidiar con el problema de que un número considerable de votantes le da cada vez menos importancia a la identidad partidista. Un indicio de esto es la incidencia del voto dividido. Por ejemplo, es posible que alguien vote por el candidato de su partido para la presidencia y por el candidato del otro partido en su distrito para el Congreso. Por eso, en una época de gobiernos divididos, es frecuente que el presidente tenga que gobernar sin contar con la mayoría en una o ambas cámaras del Congreso. El control partidista dividido en las ramas ejecutiva y legislativa ha llegado a ser un rasgo común, tanto en el gobierno nacional como en los de los 50 estados. Algunos observadores creen que los votantes prefieren incluso esta disposición porque tiende a malograr las grandes iniciativas del gobierno que podrían incomodar a los votantes.

Candidatos independientes y de terceros partidos

Los candidatos independientes y de terceros partidos, a pesar de los obstáculos que ya analizamos, han sido un fenómeno periódico en la política estadounidense. Ellos han planteado con frecuencia problemas de la sociedad que los partidos principales se habían abstenido de llevar al primer plano del discurso público y de incluir en sus agendas de gobierno. No obstante, la mayoría de los terceros partidos han tendido a florecer en una sola elección y después mueren, se desvanecen o son absorbidos por alguno de los grandes partidos. Desde la década de 1850 sólo ha surgido un partido nuevo que ha logrado ser realmente importante, el Partido Republicano. En ese caso, un problema moral imperativo, la esclavitud, había dividido a la nación y fue la base para el reclutamiento de candidatos y para la movilización de los votantes.

Hay pruebas de que los terceros partidos pueden tener una influencia importante en el resultado de una elección. Por ejemplo, la candidatura de Theodore Roosevelt por un tercer partido en 1912 dividió el voto habitual republicano y permitió que el demócrata Woodrow Wilson fuera elegido, aun cuando no ganó la mayoría del voto popular. En 1992, el candidato independiente H. Ross Perot atrajo a electores que, en su mayoría, habían votado por los republicanos en la década de 1980, y así contribuyó a la derrota del presidente republicano en funciones, George H. W. Bush. En la muy reñida contienda de 2000 entre el republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore, es posible que si el candidato del Partido Verde, Ralph Nader, no hubiera estado en la papeleta de voto en Florida, Gore hubiera ganado los votos electorales de ese estado y, por ende, la presidencia.

Desde la década de 1990, las encuestas de la opinión pública han mostrado sistemáticamente un alto nivel de apoyo popular al concepto de un tercer partido. En vísperas de la elección de 2000, una Encuesta Gallup reveló que el 67 por ciento de los estadounidenses estaban a favor de un tercer partido fuerte que presentara candidatos a la presidencia, el Congreso y los gobiernos estatales, contra los candidatos republicanos y demócratas. Ese tipo de preferencia, aunado a sus generosos gastos de campaña, permitieron que el multimillonario tejano Ross Perot ganara el 19 por ciento del voto popular para la presidencia en 1992, el porcentaje más alto para un candidato no perteneciente a los grandes partidos, desde que Theodore Roosevelt (del Partido Progresista) ganó el 27 por ciento en 1912.

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