Diversidad | Un lugar para todos

19 septiembre 2008

La inmigrante que era buena alumna

Bich Minh Nguyen

 
Bich Minh Nguyen salió de Saigon con su familia, que se estableció en Grand Rapids, Michigan. (Cortesía de Bich Minh Nguyen)

La familia de la autora salió de Saigón el 29 de abril de 1975, cuando ella tenía ocho meses de edad. Luego de permanecer en campamentos de refugiados en las Filipinas, Guam y Fort Chaffee, Arkansas, la familia se instaló en Grand Rapids, Michigan. Este artículo es tomado de su libro titulado Stealing Buddha's Dinner "Robarle la cena a Buda" y del ensayo La inmigrante buena alumna (La inmigrante buena alumna).

Nguyen es profesora auxiliar de escritura creativa y literatura asiático-americana en la Universidad Purdue en West Lafayette, Indiana. Es autora de la autobiografía Stealing Buddha’s Dinner (Viking Penguin, 2007).

Llegamos a Grand Rapids con cinco dólares y una bolsa con ropa. El señor Heidenga, nuestro patrocinador, nos instaló en una casa de arrendamiento con algunas provisiones (arroz y tallarines de huevo en cajas y latas de habichuelas verdes) y nos dió la ropa que le quedaba pequeña a sus hijas. Contrató a mi padre para trabajar en una máquina de rellenado en North American Feather, una de sus fábricas. El señor Heidenga usaba abrigos deportivos anchos y tenía el cabello amarillo. A mi hermana y a mi nos enseñaron a decir su nombre en voz baja como muestra de respeto, pero si llegaba a visitarnos para averiguar cómo estábamos mi abuela nos decía que guardáramos silencio porque ello demostraba buena educación. Qué tal niñas, nos decía, y se agachaba para acariciarnos la cabeza.

Fue en julio de 1975, cuando sentíamos frío. Después de Vietnam todo era frío y recuerdo que mi tío Chu Cuong compró una chaqueta por dos dólares, que eran para toda la familia, en una tienda del Ejército de Salvación; la imprudencia de mi tío le causó un disgusto a mi abuela, porque éramos siete en esa casa gris en la calle Baldwin: mi padre, mi abuela Noi, tres tíos, mi hermana y yo. El piso de arriba pertenecía a los tíos y en la planta baja mi hermana y yo compartíamos un cuarto con mi abuela Noi. Mi padre no podía dormir por la noche. Se paseaba por la casa, verificando repetidamente la cerradura de la puerta principal; miraba por un costado de las ventanas selladas con cinta, en caso de que alguien estuviera vigilando desde la calle.

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Llegué a la mayoría de edad en la década de 1980, antes de que la diversidad y la conciencia multicultural llegaran por gotas a Michigan occidental. Antes de que estuviera de moda lo étnico. Antes de que los restaurantes tailandeses comenzara a aparecer de pronto en todas las ciudades. Cuando pienso en Grand Rapids recuerdo los avisos de la ciudad, cubiertos con las imágenes de banderas ondulantes, que proclamaban "Ciudad única estadounidense". Durante los años ochenta, un cartel gigante se cernía amenazante sobre la autopista del centro de la ciudad ostentando esa proclama ante quién pasaba en automóvil por la curva en tres carriles. Cuando niña no podía entender lo que "ciudad única estadounidense" significaba. ¿Era una promesa, una amenaza, una advertencia?

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Mi padre contrajo matrimonio con Rosa, cuando yo tenía tres años de edad, y ella quería que mi hermana y yo tomáramos clases de educación bilingüe. No creía en la asimilación total sino en la preservación del idioma; temía que el inglés nos dominara totalmente hasta desalojar el vietnamés de nuestras cabezas. Tenía razón. Mi hermana y yo nos americanizamos tan pronto cuando encendimos la televisión.

Bich, entre su hermana Anh y su hermanastra Christine en 1980 (Cortesía de Bich Minh Nguyen).

Conocía a muchos niños inmigrantes que trataban de navegar en ambos mundos; de mantener un idioma en el hogar y la familia y hablar inglés en la escuela, con los amigos y en todas partes en el mundo. Por alguna razón yo no pude manejar esa doble vida. Durante la mayor parte de mis años escolares traté de pasar inadvertida. Puesto que no podía desvanecerme en la multitud, deseaba desaparecer completamente. Cualquiera podía haber tomado esto erróneamente por pasividad.

Una vez, en el segundo año, desparecí en el viaje en el autobús escolar hasta la casa. Mi parada era generalmente la tercera, pero ese día la conductora del autobús pasó sin detenerse por la esquina de mi calle. No dije nada. El autobús tomó el camino hacia el centro de la ciudad y pude ver donde vivían otros niños, algunos de ellos en vecindarios bonitos y ordenados, otros en calles donde las ventadas estaban cerradas con tablas. El niño sentado al otro lado del pasillo, frente a mi, repetía la misma canción alegre una y otra vez en su grabadora. "Pass the doochee from the left hand side, pass the doochee from the left hand side". El y su hermano resultaron ser los últimos niños en bajarse del vehículo. Cuando la conductora me detectó por el espejo retrovisor, se dirigió hacia la parte de atrás del autobús donde yo iba sentada y me preguntó: "¿Porqué no me avisaste que estabas aquí?" Hice un gesto con la cabeza — no sé. Dio un suspiro de resignación y me llevo a casa.

Más adelante, en la escuela secundaria, aprendí a olvidarme de mi misma un poco. Me di cuenta de la dulzura de la apatía, de olvidarme de mi piel y de mi cuerpo por un minuto o dos, casi sin importarme en lo que pudiera pasar si entraba tarde al aula y las miradas giraran hacia mí. Aprendí el placer que se revela en la pérdida, aunque sea ligera, de la cohibición. Estas cosas podían ocurrir porque yo era la inmigrante buena alumna, sin necesidad de evantar la mano con frecuencia o hacer alarde de lo que sabía. Las tareas eran rutinarias, pero las cumplía para quedar bien. Nunca me sobrepuse al terror de hablar en la clase, pero existe un desfase entre ser buena alumna y no ser notada y en ese pequeño margen de libertad aprendí lo que podía sentir al caminar por el mundo a plena vista.

Me gustaría hacer una descripción amplia y exacta sobre los niños inmigrantes en las escuelas. Me gustaría hablar en su favor (por nosotros). Vacilo, no puedo. Mi propia hermana, por ejemplo, nunca fue tan tímida como lo fui yo — escogió la rebelión en lugar del silencio. Teníamos un arreglo, yo le hacía algunos de sus deberes escolares y ella me pagaba con dinero o caramelos; me llevaba en auto a la escuela si le prometía no decirle a nadie de sus cigarrillos. Al mismo tiempo, recuerdo a una amiga india que me contó que en la escuela elemental una condiscípula rubia le había dicho a la maestra "No puedo sentarme al lado de ella. Mi mamá dice que no puedo sentarme al lado de alguien de color". Y a otra amiga, cuya familia inmigró al mismo tiempo que la mía, su maestra de segundo año la utilizó para ilustrar el vocabulario: "Niños, esta es una extranjera". Algunas veces me pongo a pensar que los niños de hoy tienen la ventaja de contar con mucha más sensatez cultural colectiva, que están mucho más social y políticamente conscientes de lo que cualquier podía estarlo cuando yo asistía a la escuela.

Sin embargo, me preocupa que quizá esté equivocada, que algunos niños siempre querrán desaparecer hasta realmente lograrlo. Algunas veces creo verlos en el trasfondo vago de la fotografía en una revista, en un grupo de niños que siguen a la auxiliar de la maestra atravesando la calle. Los niños con la cabeza doblada, con una postura que parecen estar conscientes aún de su forma de respirar. Pequeños, tímidos, callados — niños tan, tan buenos, inmigrantes, extranjeros, sus ojos vigilantes, en espera del juicio que puedan hacerse de ellos en cualquier momento. Me tranquilizo pensando que crecerán sin problemas, que estarán bien, que las cosas marcharán bien para ellos, así como, de alguna manera, marcharon para mí. Puede que yo cruce la misma calle, luego otra, echando una mirada hacia atrás de vez en cuando para ver adonde se dirigen.

Reproducido por arreglo con Viking, miembro del Grupo Penguin (USA) Inc., tomado de Stealing Buddha’s Dinner por Bich Minh Nguyen. Reproducido de “La inmigrante buena alumna,”por Bich Minh Nguyen con la autorización de la autora.

Las opiniones expresadas en este artículo no necesariamente reflejan los puntos de vista o las políticas del gobierno de Estados Unidos.

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