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15 septiembre 2008

Paradigmas nuevos en los conflictos del siglo XXI

David J. Kilcullen

 
Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, agradece a 30 países la ayuda para vigilar el alto el fuego entre Israel y Jezbolá en 2006.
Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, agradece a 30 países la ayuda para vigilar el alto el fuego entre Israel y Jezbolá en 2006.

David J. Kilcullen, teniente coronel (retirado) y doctor en Antropología, ocupa en la actualidad el cargo de asesor principal en contrainsurgencia del comando general de la Fuerza Multinacional-Iraq. Antes se desempeñó como estratega principal en la Oficina de Coordinación Contra el Terrorismo, del Departamento de Estado, y asesor especial en el Pentágono sobre guerra irregular y contraterrorismo durante la Revisión Trimestral de Defensa 2006. Es colaborador frecuente del Small War Journal, en la Web. Al igual que sus escritos en el medio electrónico, este artículo refleja sus opiniones personales.

En su momento, a pesar de la visión idealizada que se guarda de la Segunda Guerra Mundial, hubo gran disensión en torno a sus objetivos, conducción y estrategia. Sin embargo, también es cierto que era difícil encontrar a alguien que no estuviese de acuerdo en que se trataba de una verdadera guerra y que las potencias del Eje eran el enemigo y el agresor.

No obstante, cuando se la compara con la actual lucha contra el terrorismo se comprueba que hasta su misma definición como guerra se pone en duda y se cuestiona la realidad de la amenaza. Los críticos de la extrema izquierda echan la culpa del conflicto a los intereses industriales estadounidenses, mientras que una franja de lunáticos considera que el 11 de septiembre de 2001 fue una conspiración de enormes proporciones infligida contra nosotros mismos. No obstante, una consideración seria del asunto revela que hace falta una visión consensuada del público sobre quién es el enemigo. ¿Es Al-Qaeda una amenaza real o producto de la paranoia y una reacción exagerada de Occidente? ¿Se trata de una organización real? ¿Es un movimiento en masa o es, sencillamente, una filosofía o un modo de pensar? ¿Quién es el enemigo? ¿El terrorismo o el extremismo? ¿Es un problema de carácter mayormente político, militar o entre diferentes civilizaciones? ¿Qué forma adoptaría una victoria? Estos razonamientos son motivo de disputa, así como no lo fueron en su tiempo conflictos anteriores (con la posible excepción de la Guerra Fría).

La amenaza de Al-Qaeda es demasiado real. Sin embargo, las dudas surgen porque el conflicto echa por tierra los paradigmas vigentes—entre ellos, los conceptos de “guerra”, “diplomacia”, “inteligencia” e incluso “terrorismo”. Se cuestiona, por ejemplo, ¿cómo hacer guerra contra actores no estatales que se esconden en estados con los que estamos en paz? ¿Cómo colaborar con aliados cuyos territorios dan refugio a adversarios no estatales? ¿Cómo derrotar a enemigos que se aprovechan al máximo de las herramientas de la globalización y de las sociedades abiertas, sin destruir precisamente aquello que intentamos proteger?

Un nuevo paradigma

El general Rupert Smith, del ejército británico, afirma que ya no existe la guerra—definida como una guerra de tipo industrializado entre Estados, donde un combate armado decide la victoria— y que, en su lugar, libramos en nuestros tiempos una “guerra entre pueblos”. Una guerra en la que la utilidad de las fuerzas militares depende de su capacidad de adaptarse a un complejo entramado político y de trabar relaciones con adversarios no estatales bajo la mirada escrutadora de la opinión pública global 1. Es evidente que, en los conflictos caracterizados por frentes múltiples, complejos e irregulares, tales como Iraq, la guerra convencional no ha logrado producir resultados decisivos. En lugar de ello hemos adoptado enfoques como vigilancia policial, creación de una nación y contrainsurgencia, y hemos ido elaborando nuevas herramientas interagenciales “sobre la marcha”.

De igual manera, y de acuerdo con nuestra tradición, hemos conducido la diplomacia de Estado mediante acercamientos dirigidos a las elites de otras sociedades: gobiernos, intelectuales, líderes empresariales y otros. En teoría, se presupone que cuando hay un acuerdo entre las elites se resuelven los problemas, prevalece la razón y los gobiernos negocian convenios que luego se ponen en vigor. Los conceptos como soberanía, Estado-Nación, régimen de tratados y organizaciones internacionales se afincan en este paradigma. Sin embargo, en la actualidad, el enemigo se organiza en una esfera no elitista, sacando partido del descontento y de la marginación de poblaciones de muchos países, y sumando los efectos de las acciones de sus múltiples actores al nivel de la base a un movimiento en masa de alcance global. ¿Cómo pueden los modelos de diplomacia dirigida a la élite hacer frente a este reto? El problema no es uno desconocido—durante la Guerra Fría se establecieron varios programas en las embajadas de Estados Unidos que incorporaban elementos no gubernamentales de la sociedad civil que eran vulnerables a la subversión comunista. No obstante, muchos de esos programas caducaron después de 1992, y los problemas del extremismo religioso y de la violencia política requieren enfoques con algunas leves diferencias.

Igualmente, y según nuestra tradición, los servicios de inteligencia no han sido diseñados para investigar lo que sucede, sino para obtener secretos de otras Naciones-Estados. Su adecuación es justa con los objetivos patrocinados por el Estado, pero menos apropiados cuando se trata de actores no estatales—en los que el problema consiste en recoger la información no clasificada de un entorno humano o de un terreno físico que es hostil, inaccesible y negativo. Aún tratándose de actores estatales, los servicios tradicionales de inteligencia no están suficientemente capacitados para revelar qué ocurre en ese preciso momento, sino sólo lo que los otros gobiernos creen que está sucediendo. Por ejemplo, ¿por qué la inteligencia de Occidente no se percató de la caída inminente de la Unión Soviética en 1992? Ello se debió en parte a que hacíamos lectura de la correspondencia de los dirigentes soviéticos—y ellos mismos eran incapaces de comprender la extensión del descontento al nivel de la base con el comunismo 2. ¿Por qué en 2002, la mayoría de los países (entre ellos los que se opusieron a la guerra con Iraq) dieron crédito a la idea de que el régimen de Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva? Porque interceptaban se las comunicaciones del régimen y muchos funcionarios principales de ese régimen estaban convencidos que Iraq tenía esas armas 3.

Por otra parte, este entorno se sostiene sobre los puntales de tendencias de largo arraigo. Y es también propiciado por la globalización y la reacción contra ella, la aparición de actores no estatales con capacidades semejantes a las de las naciones-estados, la superioridad de las fuerzas militares convencionales de Estados Unidos que obliga a sus opositores a descartar el enfrentamiento y optar por enfoques no convencionales, y el contexto globalizado de la información basado en las comunicaciones por satélite e Internet. Todas estas tendencias perdurarían aún cuando Al-Qaeda desapareciera mañana mismo y, no llegado el momento en quede demostrada nuestra capacidad de derrotar este tipo de amenaza, cualquier adversario inteligente podrá adoptar un enfoque similar. Lejos de considerarlo como un reto único, debemos considerar a Al-Qaeda como el precursor de una nueva era de conflictos.

La adecuación a un nuevo entorno

Por consiguiente, y tal como observara el embajador Hank Crumpton, otrora coordinador de contraterrorismo de Estados Unidos, parece que nos encontramos en el umbral de una nueva era de conflictos belicos que exigirán respuestas adecuadas. Así como los dinosaurios cedieron ante los mamíferos más pequeños y débiles, pero mejor adaptados, en esta nueva era las naciones-estados más poderosas, pero menos ágiles y flexibles, no pueden competir con sus rivales no estatales. Como sucede en todo conflicto, el éxito dependerá de nuestra capacidad de adaptarnos, de generar nuevas respuestas y de ganar terreno en un entorno amenazador y de cambios rápidos.

El enemigo se adapta con gran ligereza. Considérese la evolución de Al-Qaeda desde mediados de la década del 90. Los primeros ataques (bombas en embajadas en África Oriental, el USS Cole y el 11 de septiembre de 2001) fueron incidentes “expedicionarios”: Al-Qaeda estableció un equipo en el País A, lo adiestró en el País B y lo introdujo de forma clandestina en el País C para llevar a cabo un atentado contra un objetivo. Como respuesta, hicimos mejoras en la seguridad del transporte, en la protección de la infraestructura y en el control de inmigración. En respuesta a ello, los terroristas adoptaron un enfoque de “guerrilla”, en virtud del cual, en lugar de establecer un equipo en otro lugar e insertarlo subrepticiamente para hacer un ataque, formaron un equipo cerca del objetivo utilizando ciudadanos del país anfitrión. Las bombas detonadas en Madrid y Londres, y los ataques en Casablanca, Estambul y Yeddah siguieron este modelo, así como el fallido atentado contra un avión comercial en Londres en 2006.

Estos ataques suelen describirse como “productos caseros”, aunque es la organización Al-Qaeda la que los induce, los utiliza para provecho propio y, en cierta medida, los dirige. Por ejemplo, Mohammed Siddeque Khan, líder del atentado del 7 de julio de 2005 en Londres, viajó a Pakistán donde con toda probabilidad se reunió con representantes de Al-Qaeda para recibir orientación y adiestramiento mucho antes de que fueran colocadas las bombas 4. Sin embargo, este nuevo enfoque invalidó por un tiempo nuestras contramedidas—pues, en lugar de entrar ilegalmente a 19 personas, los terroristas sacaron del país a un hombre—esquivando nuestros nuevos procedimientos de seguridad. Los terroristas habían desarrollado tácticas nuevas para adaptarse a nuestro nuevo enfoque.

Por supuesto que, ahora, ya estamos alertados a este nuevo método de “guerrilla”, como demuestra el fallido atentado de agosto de 2006 en el Reino Unido y, más recientemente, otros ataques en ciernes. No cabe duda de que los terroristas ya se están ingeniando unas nuevas medidas para responder a ello. En la lucha contra el terrorismo, los métodos eficaces se convierten, casi inmediatamente y por definición, en obsoletos: nuestros adversarios evolucionan tan pronto como dominamos su actual enfoque. No hay tal cosa como una “bala de plata”. El terrorismo, como el paludismo, se transforma constantemente en nuevas mutaciones que nos obligan a hacer una constante actualización de nuestro conjunto de respuestas.

Cinco medidas prácticas

Para dar respuesta a esta forma antiintuitiva de hacer guerra, Estados Unidos ha emprendido hasta la fecha dos medidas. Primero, ha mejorado las instituciones existentes (procesos como la reforma de los servicios de inteligencia, la creación del Departamento de Seguridad del Territorio Nacional y el incremento de la capacidad del Departamento de Defensa de librar una guerra “irregular”—es decir, no tradicional). Segundo, hemos comenzado a elaborar nuevos paradigmas que se ajustan a esta nueva realidad. Aunque estos paradigmas no están completamente formulados, van ganando fuerza algunos, como es la idea de abordar el conflicto como un problema de contrainsurgencia de gran escala, que requiere principalmente respuestas no militares unidas a medidas que protejan a la población vulnerable de la influencia del enemigo 5.

En cierto sentido, los actuales responsables de la política se asemejan un poco a los generales que dirigieron las campañas en la Primera Guerra Mundial desde un “chateau” francés—pues hacen frente a un tipo de conflicto que invalida el cúmulo de conocimientos adquiridos previamente, tal como sucedía a los generales que intentaban resolver el “acertijo de las trincheras” de 1914 á 1918. Como ellos, nos encontramos en un ambiente conflictivo transformado por unas nuevas condiciones sociales y tecnológicas, y al que no se avienen bien las organizaciones y los conceptos prevalecientes. Al igual que ellos, trabajamos “aceptando nuestras limitaciones”, pero falta crear la tecnología, los conceptos y las organizaciones decisivas—equivalentes al blitzkrieg de los años 30—que descifre el enigma de este nuevo contexto amenazador.

No hay solución fácil (si la hubiera ya hubiésemos dado con ella), pero se puede trazar el camino adelante. Ello requiere tres medidas conceptuales para la elaboración de nuevos modelos y, simultáneamente, dos medidas institucionales para la creación de capacidades necesarias para afrontar este tipo de conflicto. No se pretende que sea algo sancionado por la costumbre, sino solo uno de los enfoques posibles. Las ideas planteadas no son particularmente originales—es más bien, la unión de ideas existentes bajo una propuesta que las integra a un enfoque de política.

1. Construir un nuevo léxico: El profesor Michael Vlahos ha observado que el lenguaje que utilizamos para describir las nuevas amenazas son obstáculos a un pensamiento innovador 6. La terminología utilizada proviene de formulaciones negativas; expresan lo que el entorno no es, y nó lo que es. En el conjunto de términos en uso figuran calificativos como no convencional, no estatal, no tradicional, poco ortodoxo e irregular. La terminología sin duda influye sobre nuestra capacidad de pensar claramente. Una razón por la que los planificadores en Iraq pueden haber tratado las “principales operaciones de combate” (Etapa III) como si fueran decisivas, sin percatarse de que en este caso la etapa posterior al conflicto sería la más crítica, es que la Etapa III era, según su definición, una etapa decisiva. Su nombre completo en la doctrina militar es “Etapa III—Operaciones Decisivas”. Para pensar claramente sobre las nuevas amenazas, es necesario utilizar un nuevo léxico basado en las características reales y observadas de enemigos que:

-Integran el terrorismo, la subversión, la labor humanitaria y la insurgencia a su propaganda diseñada para manipular la percepción del público local y del mundo.

-Agregan los efectos causados por un amplio número de actores al nivel de la base, y repartidos por muchos países, a un movimiento en masa que excede la suma de sus partes, con un liderazgo disperso y con funciones de planificación que nos niegan objetivos detectables.

-Aprovechan la inmediatez y la omnipresencia de los medios modernos de comunicación para movilizar partidarios y simpatizantes a un ritmo mucho más rápido del que le es posible a los gobiernos.

-Sacan provecho de sistemas de creencias con profundo arraigo basados en la identidad religiosa, étnica, tribal o cultural para provocar reacciones sumamente irracionales y mortíferas entre grupos sociales.

-Hacen uso máximo de refugios tales como zonas no reglamentadas o poco reglamentadas (en espacios físicos o cibernéticos); explotan los puntos débiles ideológicos, religiosos o culturales; o hacen trampas legales.

-Utilizan ataques simbólicos que han generado mucha atención para provocar reacciones exageradas en otras naciones-estados en perjuicio de sus intereses de largo plazo.

-Realizan acciones de bajo costo y de pequeña escala con el objetivo de agotar nuestros recursos, al causar que se emprendan esfuerzos costosos de contención, prevención y respuesta en muchas áreas remotas.

Las características de este nuevo entorno justifican la generación de un léxico que describa mejor la amenaza. Dado que las nuevas amenazas no son patrocinadas por un Estado, nuestro enfoque no debe fundamentarse en las relaciones internacionales (estudio del marco de interacción de las elites de las naciones-estados bajo el patrocinio del Estado) sino antropológico (estudio de las funciones sociales, de grupos, situaciones sociales, instituciones y relaciones con grupos de poblaciones humanas en un contexto que no incluye a la elite y sin el patrocinio del Estado).

2. Acertar una estrategia grandiosa: Si esta confrontación se sostiene sobre unas tendencias de largo arraigo, se colige que la lucha será más prolongada, y que se extenderá una o varias generaciones. Ello significa que se debe tener una “visión de largo alcance” y de “amplio alcance” 7 que tome en cuenta la mejor manera de unificar todas las esferas - el poder nacional, el sector privado y la comunidad en general. Por ello es necesario plantear una estrategia grandiosa que cuente con el apoyo del pueblo estadounidense, de las administraciones futuras de Estados Unidos, de aliados claves y de sus socios en todo el mundo. La formulación de tal estrategia grandiosa y de largo plazo requiere la inclusión de cuatro criterios importantes:

-Decidir si beneficia a nuestros intereses nuestra participación e intervención en el proceso de mitigar la fermentación religiosa y política en el mundo islámico, o si se debe tratar de controlar los incidentes de violencia o disturbios en las comunidades occidentales. La decisión es similar a la que se planteó entre la “reversión” y la “contención” en la Guerra Fría, y es un elemento clave de la elaboración de una respuesta de largo plazo.

-Decidir cómo distribuir los recursos entre los elementos militares y no militares del poder nacional. Nuestros actuales desembolsos y esfuerzos son, sobre todo, militares. A diferencia de ello, un enfoque “globalizado de contrainsurgencia” destinaría casi un 80 por ciento de nuestros esfuerzos a actividades políticas, diplomáticas y de inteligencia, desarrollo e información, y alrededor de un 20 por ciento a actividades militares. La adecuación de los recursos está sujeta a la disyuntiva intervención/contención.

-Decidir cuánto invertir (en vidas y recursos) en este problema. Ello requerirá una evaluación de riesgo sobre las posibilidades y las consecuencias de atentados terroristas en el futuro. Tal criterio debe también considerar cuánto se debe gastar en la seguridad, sin que ello suponga una carga insostenible de costos para nuestras sociedades.

Comandos de Indonesia aplauden a sus colegas durante un ejercicio antiterrorista realizado a las afueras de Jakarta en 2006
Comandos de Indonesia aplauden a sus colegas durante un ejercicio antiterrorista realizado a las afueras de Jakarta en 2006.

-Decidir las prioridades de nuestros esfuerzos en términos geográficos. En la actualidad, gran parte de nuestros esfuerzos se realizan en Iraq, otros en Afganistán y número menor en las demás áreas. Ello se debe en parte a que nuestros desembolsos son principalmente militares y porque hemos decidido intervenir en el corazón del mundo islámico. Las diferentes opciones que surjan de la disyuntiva militar/no militar e intervención/contención darán prioridad a unas regiones sobre otras, con marcadas diferencias a lo largo del tiempo.

Es evidente, que las condiciones específicas de cualquier estrategia aplicada por una administración variarán en respuesta a una nueva situación. De hecho, las acciones rápidas serán de importancia crítica. Sin embargo, la creación de un consenso nacional e internacional sobre los cuatro criterios antes propuestos, establecería la base de una política de largo plazo que perdure durante las administraciones futuras.

3. Remediar los desequilibrios en las capacidades del gobierno: En la actualidad, el presupuesto de defensa de Estados Unidos representa casi la mitad del total de los desembolsos de defensa, en tanto que las fuerzas armadas de Estados Unidos emplean casi 1,68 millones de hombres en uniforme 8. En comparación, el Departamento de Estado emplea a unos 6.000 funcionarios en el servicio exterior y la Agencia de Estados Unidos para Desarrollo Internacional a otros 2.000. 9 En otras palabras, el tamaño del Departamento de Defensa es 210 mayor que USAID y el Departamento de Estado combinados—habiendo una cantidad mayor cantidad de músicos en las bandas del Departamento de Defensa que de funcionarios en todo el servicio exterior 10

Lo anterior no es una crítica al Departamento de Defensa—las fuerzas armadas requieren gran intensidad de mano de obra y de capital, y su tamaño siempre excede el de los organismos diplomáticos o de asistencia exterior. Sin embargo, cuando se tiene en cuenta la importancia que tiene el desarrollo, la diplomacia y la información (la Agencia de Información de Estados Unidos se abolió en 1999 y el Departamento de Estado figura como oficina sucesora), es evidente el desequilibrio entre los elementos de capacidad militar y no militar. Su efecto es la distorsión de la política y es poco usual cuando se compara al resto del mundo. Por ejemplo, las fuerzas militares de Australia son casi nueve veces mayor que el tamaño combinado de sus organismos de servicio exterior y asistencia exterior: el brazo militar es más largo, pero no 210 veces más que los otros elementos del poder nacional.

Dicho sea a su honor, el Departamento de Defensa ha reconocido los problemas inherentes a tal desequilibrio, y así lo declaró en la Revisión Trimestral de Defensa de 2006 11. Por otra parte, la administración Bush elabora programas para aumentar su capacidad no militar. Sin embargo, para alcanzar el éxito en este largo camino, es necesario persistir en el compromiso de establecer elementos no militares en el poder nacional. Los llamados poderes suaves, como son la fortaleza económica del sector privado, la reputación nacional y la confianza en la propia cultura son de importancia crucial, porque el poder militar no puede por sí solo compensar por las pérdidas.

Los arriba mencionadas medidas conceptuales requerirán tiempo (lo que, dicho sea de paso, es una excelente razón para ponerlas en marcha ya). Entre tanto, se pueden emprender dos medidas institucionales para ir preparando el camino:

4. Identificar los nuevos “servicios estratégicos”: Una función clave de la guerra contra el terrorismo ha recaído sobre las Fuerzas de Operaciones Especiales (SOF) por su capacidad de emprender acciones directas contra objetivos en zonas remotas o a las que no hay acceso. Entretanto, Max Boot 12 ha observado que es necesario volver a establecer algo parecido a la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), formada durante la Segunda Guerra Mundial, que realice labores de análisis, inteligencia, antropología, operaciones especiales, información, operaciones psicológicas y capacidades tecnológicas.

Los adjetivos cuentan: Fuerzas Especiales frente a Servicios Estratégicos. Las SOF son especiales. Se definen mediante una comparación interna con el resto de las fuerzas militares—las SOF emprenden tareas “más allá de la capacidad” de las fuerzas del ejército regular. A diferencia de ello, la OSS fue una unidad estratégica. Se definía contra un ambiente externo y realizaba tareas de importancia estratégica, para lo que adquirían o se despojaban de capacidades según le fuera conveniente. Los integrantes de SOF son casi todos militares. La OSS era un organismo interagencial con un componente significativo de civiles, y con la mayoría de su personal militar alistado debido al estado de emergencia creado por la guerra (eran civiles con talento y destrezas de relevancia estratégica reclutados para la duración de la guerra) 13. Las SOF trazan su origen a la OSS; sin embargo, mientras que en la actualidad las SOF son una unidad militar elite, con capacidades muy especializadas y optimizadas para realizar siete tipos de misiones 14, la OSS era una organización civil-militar que emprendía cualquier misión que el entorno requiriese e iba creando capacidades sobre la marcha.

Si nos dedicásemos a definir las capacidades que constituyen unos servicios estratégicos, daríamos un paso muy importante para establecer las prioridades de las gestiones entre los diversos organismos. La capacidad de abordar amenazas provenientes del nivel de la base, no de la elite, incluye inteligencia sobre cultura y etnografía, análisis de sistemas sociales, información (ver siguiente apartado), equipos de gobierno o de asistencia humanitaria de inserción temprana o contra graves amenazas, y una variedad de otras capacidades estratégicas relevantes. La relevancia de estas capacidades cambiará a lo largo del tiempo; es decir, las que pierden su importancia estratégica darán paso a otras nuevas. La clave es crear la capacidad interagencial de adquirir y aplicar al momento las técnicas y la tecnología en situaciones que van cambiando con rapidez.

5. Desarrollar la capacidad de hacer guerra de información estratégica: Al-Qaeda muy hábilmente saca ventaja de las múltiples y diversas acciones realizadas por personas y grupos, al insertarlas en el marco de una narrativa propagandística para manipulación del público local y del mundo. También mantiene una red que recoge información sobre los debates en Occidente y la transmite a sus cabecillas, junto con su evaluación sobre la eficacia de su propaganda. Utilizan operaciones físicas (detonación de bombas, actividades insurgentes, decapitaciones) como material que apoya una campaña integrada de “propaganda armada”. La “información” es un aspecto primordial de las operaciones de Al-Qaeda; las acciones físicas son meramente la herramienta para conseguir uno de los fines de su propaganda. Los talibanes, el GSPC (antes conocido como Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, ahora conocida como una organización Al-Qaeda en los países musulmanes del Magreb), otros grupos con ideología afín a Al-Qaeda y Jezbolá adoptan un enfoque similar al antes descrito.

Compárese lo anterior con nuestro enfoque: Usualmente diseñamos las acciones físicas, luego elaboramos las operaciones informativas de apoyo que explican nuestras acciones. Es lo contrario del enfoque de Al-Qaeda. Cuando la comparamos a la del enemigo, y pese a nuestra profesionalidad, nuestra información pública es una mera acotación. Para Al-Qaeda “la tarea principal” es la información; para nosotros es una “gestión de apoyo”. Como se ha observado antes, las fuerzas armadas de Estados Unidos comprenden 1,68 millones de personas, y sus acciones dicen más de lo que difunden nuestros profesionales de información pública (que alcanzan unos cientos). Por consiguiente, para combatir la propaganda extremista, necesitamos la capacidad de hacer una guerra de información estratégica—una función integradora que reúna todos los componentes de nuestras palabras y obras para enviar mensajes estratégicos que apoyen nuestra política.

En la actualidad, los militares dependen de un conjunto bien establecido de principios que rigen las operaciones de información. No ocurre lo mismo en otros organismos que a menudo se sienten, con razón, recelosos de los métodos militares. Sería un grave error militarizar las operaciones informativas pues se confundiría la parte (las operaciones militares) con la suma (estrategia nacional de Estados Unidos), y socavaría nuestra política. La falta de una doctrina inclusiva de todo el gobierno y de la capacidad de hacer una guerra de información estratégica limita nuestra eficacia y transmite un mensaje disonante, en la que los diversos elementos del gobierno de Estados Unidos emiten mensajes diferentes o siguen agendas diferentes de información.

Lo que se necesita es un esfuerzo concertado entre los organismos, con liderazgo proveniente desde las esferas más altas de las ramas ejecutiva y legislativa del gobierno, para crear la capacidad, las organizaciones y una doctrina para realizar una campaña de información estratégica nacional. La creación de tal capacidad es, quizás, el más importante desafío de la creación de nuevas capacidades en esta era de conflictos propulsados por la información.

Conclusiones tentativas

Las ideas antes expuestas—un nuevo léxico, una estrategia grande, equilibrio de capacidades, servicios estratégicos y guerra de información estratégica—son meramente conjeturas sobre lo que puede producir un esfuerzo concertado que elabore nuevos paradigmas para esta nueva era de conflicto. Es posible que de este empeño surjan ideas diferentes, si bien los rápidos cambios en el entorno en respuesta a la adaptación del enemigo exigirán la innovación constante. Sin embargo, es evidente que nuestros paradigmas tradicionales de guerra industrializada entre estados, diplomacia de elites e inteligencia centrada en el estado son ya incapaces de explicar el entorno o proporcionar las claves conceptuales para superar las amenazas que se ciernen sobre nosotros en la actualidad.

La Guerra Fría sirve como una analogía limitada de los conflictos de hoy, ya que son muchas las diferencias que separan las amenazas actuales de la Guerra Fría. Sin embargo, y como mínimo, puede que en términos de duración en el tiempo, las tendencias arraigadas que impulsan la confrontación actual hagan que el conflicto se asemeje realmente a la Guerra Fría, que se prolongó de una manera u otra durante 75 años, desde la Revolución Rusa en 1917 hasta la caída de la Unión Soviética en diciembre de 1991. Muchas de sus consecuencias—en particular “los conflictos del legado” de la guerra entre soviéticos y afganos—están presentes todavía. Aun cuando esta confrontación dure sólo la mitad del tiempo de la Guerra Fría, nos encontramos al principio de un camino muy largo, querramos o no querramos reconocerlo.

Las nuevas amenazas, que invalidan los conocimientos adquiridos sobre muchas cuestiones, pueden ser indicio de que nos encontramos en el umbral de de una nueva era de conflictos. La búsqueda de nuevas e innovadoras ideas para entender y derrotar estas amenazas puede ser el desafío más importante que hemos de afrontar.

Las opiniones expresadas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o políticas del gobierno de Estados Unidos.

Notas

(1) Ver Rupert Smith, The Utility of Force: The Art of War in the Modern World (New York: Alfred A. Knopf, 2007), pp. 3-28 y 269-335.

(2) Ver Gerald K. Haines y Robert E. Leggett, Watching the Bear: Essays on CIA's Analysis of the Soviet Union (Washington, D.C.: Central Intelligence Agency, Center for the Study of Intelligence, 2003), sobre todo los capítulos VI y VII.

(3) Kevin M. Woods et. al, Iraqi Perspectives Project: A View of Operation Iraqi Freedom from Saddam's Senior Leadership (Joint Forces Command, Joint Center for Operational Analysis), p. 92.

(4)Intelligence and Security Committee, Report Into the London Terrorist Attacks on 7 July 2005 (London: The Stationery Office, May 2006), p. 12.

(5) David Kilcullen, "Countering Global Insurgency," Small Wars Journal (November 2004) and available at http://www.smallwarsjournal.com/documents/kilcullen.pdf ; Williamson Murray (ed.), Strategic Challenges for Counterinsurgency and the Global War on Terrorism (Carlisle, PA: Strategic Studies Institute, 2006); and Bruce Hoffman, "From War on Terror to Global Counterinsurgency," Current History (December 2006): pp. 423-429.

(6)Professor Michael Vlahos, Johns Hopkins University Applied Physics Laboratory, personal communication, December 2006.

(7) Mi deuda de gratitud con el señor Steve Eames por la formulación del concepto.

(8) Recopilado de cifras obtenidas de International Institute for Strategic Studies, Military Balance 2007, pp. 15-50.

(9)Recopilado de Departamento de Estado de Estados Unidos y Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Congressional Budget Justification 2007, tabla 9.

(10) El ejército de Estados Unidos emplea a más de 5.000 músicos de bandas, según información publicada en convocatoria de puesto de trabajo en marzo de 2007; véase http://bands.army.mil/jobs/default.asp.

(11)Departmento de Defensa, Quadrennial Defense Review Report (2 February 2006): pp. 83-91.

(12) Ver Max Boot, Congressional Testimony Before the House Armed Services Committee, 29 June 2006, disponible en el sitio electrónico http://www.globalsecurity.org/military/library/congress/2006_hr/060629-boot.pdf.

(13)Ver Agencia Central de Inteligencia, The Office of Strategic Services: America's First Intelligence Agency disponible en el sitio electrónico https://www.cia.gov/cia/publications/oss/index.htm.

(14) Las misiones específicas de las SOF son Acción Directa (DA), Reconocimiento Especial (SR), Guerra No Convencional (UW), Defensa Interna de Países Extranjeros (FID), Antiterrorismo (CT), Operaciones Psicológicas (PSYOP), y Asuntos Civiles (CA).

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