Paz y seguridad | Para un mundo más estable

15 septiembre 2008

Del perfil al sendero: el reclutamiento

John Horgan

 
Hombres iraníes confirman su disposición a ser
Hombres iraníes confirman su disposición a ser "mártires" suicidas en una reunión de reclutamiento en Teherán, en abril del 2006.

El Dr. John Horgan, es miembro investigador principal del Centro de Estudio del Terrorismo y la Violencia Política y conferencista en relaciones internacionales en la Universidad de San Andrés, Escocia. Psicólogo político irlandés, el trabajo más reciente de Horgan se concentra en el movimiento de entrada y salida en los grupos terroristas. Su libro, “ Walking Away from Terrorism: Accounts of Disengagement from Radical and Extremist Movements”, será publicado en 2008.

Menos de un año después que cuatro atentados suicidas coordinados apuntaron como objetivo el sistema de trenes subterráneos de Londres el 7 de julio del 2005, un ansiosamente esperado Informe de la Cámara de los Comunes 1 sobre los acontecimientos de ese día determinó que “Lo que sabemos de anteriores extremistas en el Reino Unido demuestra que no hay un perfil constante para ayudar a identificar quién puede ser vulnerable a la radicalización. De los cuatro individuos que están aquí, tres eran ciudadanos británicos de segunda generación cuyos padres eran de origen pakistaní, y uno tenía padres de origen jamaiquino; Kamel Bourgass, declarado culpable del complot del ricino, era un argelino que fracasó al intentar obtener asilo; Richard Reid, el frustrado dinamitero de los zapatos, tenía una madre inglesa y un padre jamaiquino. Algunos han recibido buena educación, otros no tan buena. Algunos eran verdaderamente pobres, algunos no tanto. Algunos se habían integrado bien, aparentemente, en el Reino Unido, otros no. En su mayoría eran solteros, pero algunos tenían familia e hijos. Algunos, con anterioridad, habían respetado la ley, otros tenían un historial de delitos menores”.

Implícito a lo largo de este notable informe había un sentido de frustración ante el fracaso al tratar de llegar a identificar un perfil claro de aquellos que habían sido reclutados por Al-Qaeda para su campaña mundial de terrorismo y subversión. Esta misma frustración es, de hecho, aparente en muchos círculos dedicados a la formulación de políticas y a la aplicación de la ley y, a pesar del fracaso de los investigadores en cuanto a llegar a detectar un perfil terrorista válido y confiable, se lo sigue buscando.

Trazar el Perfil del Terrorista

Sin embargo, a pesar de la evidencia de que, lógicamente, es improbable que los perfiles terroristas surjan de modo alguno 2, sorprende poco que esta investigación prosiga sin tregua. Hay algunas cuestiones claras y comprensibles que impulsan los intentos de trazar un perfil.

Por un lado, las dramáticas consecuencias del éxito en la actividad terrorista nos obliga a enfrentar los efectos de una conducta que, para la mayoría de la gente normal, sugeriría una anormalidad o algún tipo de enfermedad – “¿cómo podría alguien hacer esto?” es una respuesta típica al comportamiento conmocionante asociado con los ataques terroristas.

Una segunda cuestión que impulsa los esfuerzos por trazar un perfil es otra pregunta básica: dado que tanta gente está expuesta a las que se presume son las condiciones generadoras del terrorismo (o sea las “causas de raíz”), los factores desencadenantes y los catalizadores – tanto para la movilización religiosa como para la movilización política – qué puede conducir a la participación en la actividad violenta, ¿por qué tan pocas personas son realmente reclutadas?

Esta es una pregunta difícil de contestar, y cualquier respuesta que demos por cierto que no será satisfactoria para todos. Una tentación que ha influido mucho en la naturaleza y dirección de parte de la investigación previa (especialmente por parte de los psicólogos), ha consistido en presumir que dentro de un grupo específico de terroristas hay algunas cualidades o características específicas – que los hace “semejantes” – al igual que lo que, presumiblemente, los hace “diferentes” del resto de nosotros (o, al menos, de quienes no participan en el terrorismo).

El psicólogo y experto en terrorismo Ariel Merari ha argumentado correctamente que es más preciso decir que “no se ha encontrado ningún perfil terrorista”, que decir que “no hay ningún perfil terrorista” 3. Sin embargo, yo argumentaría vigorosamente que hay varios peligros reales asociados con el esfuerzo constante para trazar tales perfiles, particularmente en lo que concierne al reclutamiento para el terrorismo.

Al presumir la existencia de un perfil, tendemos a pasar por alto varias características críticas asociadas con el desarrollo del terrorista. Estas incluyen las siguientes, aunque no se limitan a ellas:

-La naturaleza gradual de los procesos de socialización significativos que conducen al terrorismo

-Un sentido de las cualidades de apoyo asociadas con ese reclutamiento (p.e., los factores “centrípetos”, o atractivos, que atraen a la gente ya sea a involucrarse en el terrorismo en un sentido general, o aquellos atractivos positivos que se usan para preparar a los reclutas potenciales).

-El sentido de migración entre las funciones (p.e., moverse de la actividad marginal, tal como la protesta pública, al comportamiento ilegal, enfocado – en otras palabras, pasar de una función a otra.)

-Un sentido de la importancia de las cualidades de cada función (p.e., qué atractivo involucra ser francotirador, en contraposición a ser dinamitero suicida , y cómo estas “cualidades de la función” se vuelven aparentes para el que las mira o el recluta potencial).

Cuando adjudicamos al terrorista cualidades estáticas (una característica de los perfiles), dejamos de ver los factores y dinámicas que dan forma al terrorista y apoyan su desarrollo. Una consecuencia adicional es que también oscurecemos las bases desde las cuales podría desarrollarse una estrategia antiterrorista más práctica para evitar o controlar la propagación de quienes se involucran inicialmente en el terrorismo.

Sin embargo, quienes trabajan en antiterrorismo dependen frecuentemente de perfiles. Al hacer recientemente una presentación sobre el perfil de los terroristas, ante una audiencia de funcionarios de antiterrorismo, un alto funcionario me dijo en tono de protesta: “Los perfiles son útiles. Por supuesto que lo son. La razón es que el dinamitero suicida promedio no es un hombre de edad intermedia, blanco, padre de tres hijos”. Este comentario fue hecho en el Reino Unido, donde obviamente, esta respuesta puede entenderse en virtud del hecho de que todavía no hemos visto un dinamitero suicida de esta clase.

Aquí, lo importante es no fomentar una exageración y distorsión de la amenaza del tipo de “cualquier cosa es posible”, sino cuidarnos de que los supuestos que dan pábulo a la manera en que pensamos acerca del terrorista se basen, cada vez más, en las proyecciones actuariales de una muestra de individuos pequeña, estadísticamente no significativa. Los peligros del exceso de generalización deberían ser obvios.

Pero destacar estas limitaciones no responde a la pregunta crítica: ¿por qué una persona se involucra en el terrorismo y otra no? No hay duda que es prácticamente imposible responder satisfactoriamente a esta pregunta, pero tenemos algunos puntos de partida que son de ayuda. En un libro reciente 4 he identificado una serie de los que he llamado factores de riesgo capaces de predisponer la participación en el terrorismo. Estos, sin seguir un orden particular, incluyen:

-Experiencias personales – que pueden ser reales o imaginarias — de haber sido víctima

-Expectativas en torno a la participación (p.ej., los atractivos, tales como el entusiasmo, la misión, el sentido de propósito – asociados con el hecho de involucrarse en algún grupo “interno” y sus diversas funciones)

-Identificación con una causa, asociada frecuentemente con alguna comunidad víctima.

-Socialización a través de amigos o familiares, o haber sido criado en un ambiente particular

-Oportunidad para expresar interés y avanzar hacia la participación

-Acceso al grupo relevante

Debe dejarse sentado que, individualmente, ninguno de estos puntos ayudará a explicar jamás por qué la gente se vuelve terrorista, pero, tomados en combinación, ofrecen un marco firme para comprender por qué una persona podría involucrarse en el terrorismo, y otra no.

Senderos Terroristas

Ser criado en un ambiente que glorifica al terrorismo y que lo asocia con el festejo incita a participar en la actividad terrorista
Ser criado en un ambiente que glorifica al terrorismo y que lo asocia con el festejo incita a participar en la actividad terrorista.

Para avanzar más allá de los más bien estériles debates acerca del perfilamiento, que no son de mucho ayuda, puede ser útil considerar lo que implica la participación en el terrorismo, de modo que podamos movernos hacia lo que yo alego los que serían caminos más fructíferos para las iniciativas antiterroristas psicológicamente informadas.

En primer lugar entre ellas figura que la realidad de la participación en el terrorismo de hoy se ve tipificada por su complejidad: participar en el terrorismo parece implicar – y dar como resultado –muchas cosas diferentes para personas muy diferentes 5. Este parece ser también el caso dentro del mismo grupo, como así también a través de la gama de los movimientos terroristas. Lejos de las distinciones simplistas entre líderes y seguidores, incluso los movimientos terroristas más pequeños comprenden una diversidad de papeles y funciones que se les asignan a los reclutas bien se los alienta a seguir adelante, dependiendo de una plétora de factores. Además, la adopción o retención de estas funciones no es discontinua ni estática. A menudo hay migración tanto entre las funciones como dentro de ellas, de lo que es ilegal (p.ej., participar en actividad violenta) a las áreas intermedias (apoyar la participación en la actividad violenta), y de allí a lo legal (p.ej., la protesta pacífica).

Si bien muchas de las actividades en que participan los movimientos terroristas no son realmente ilegales per se (no pueden ser incluidas de modo significativo bajo la etiqueta del “terrorismo”, sino tal vez bajo el de la “subversión”) sin ellas no podrían existir las operaciones terroristas reales.

En su mayor parte, la participación en la actividad violenta es lo que más comúnmente asociamos con el terrorismo. Sin embargo, la realidad de los movimientos terroristas es hoy que sus papeles y funciones más públicas tienden meramente a representar la punta de un témpano de actividad. Para apoyar la realización de un ataque violento están aquellos que ayudan y encubren directamente el hecho, aquellos que dan albergue al terrorista o brindan otros tipos de apoyo, que recaudan fondos, generan publicidad, ofrecen servicios de inteligencia, y así sucesivamente.

La persona que consideramos “el terrorista” cumple, por lo tanto, con una función, aun cuando sea la más dramática en términos de consecuencias directas, de funciones múltiples dentro del movimiento.

Una consecuencia de la complejidad de estas cuestiones es la necesidad obvia de crear iniciativas antiterroristas más imaginativas y flexibles. Si fuéramos a estirar aún más el continuum de funciones asociadas con los movimientos terroristas, más avanzaríamos en dirección de identificar funciones que se vuelven más y más difíciles de clasificar, ya sea como terrorismo e incluso de ilegales. Dicho de otra manera, en los movimientos terroristas hay mucho más que “terrorismo”.

Las rutas del contraterrorismo

La manera en que la gente se desenvueve en sus funciones y dentro de ellas (p.ej., la migración y la promoción) no se comprende a cabalidad. En general, podemos decir que la participación en el terrorismo es un proceso complejo, que comprende fases discretas que podrían quedar encapsuladas a medida que un terrorista individual se involucra en una proceso gradual de acomodamiento y asimilación a través de etapas que se experimentan de modo incremental.

Hay una sensación de un movimiento constante dentro, a través y, en ocasiones, fuera de papeles y funciones diferentes. A pesar del hecho de que la selección del momento oportuno depende siempre de una cantidad de factores, y de que algunos individuos parecen involucrarse más rápidamente que otros, una cualidad constante común a todos los movimientos terroristas es este sentido gradual de progresión. La idea de que hay un momento de epifanía que explica ciertas decisiones, presuntamente concientes, para convertirse en terrorista es ingenua, engañosa y, de modo decisivamente, no la apoya la evidencia empírica.

Aún más, este proceso de movimiento se basa en cualidades que inicialmente prestan apoyo: mientras que el terrorismo será siempre un producto de su propio tiempo y lugar, y para los miembros de incluso el mismo movimiento coexistirán múltiples motivaciones, el denominador común más obvio que influencia la adhesión de los individuos a su propia radicalización – a cualquier nivel – es una sensación de expectativa positiva.

No practicamos un comportamiento a menos que consideremos que representa para nosotros un beneficio discernible. Lo mismo se aplica a la conducta del terrorista. En ocasiones esto puede expresarse en términos de expectativas acerca de lograr una sensación de status, autoridad, aceptación, misión, etc. Y en tanto un compromiso y una dedicación a la cada vez mayor propia socialización dentro del movimiento sigue siendo positiva para el seguidor, esto resulta finalmente en la formación de una identidad nueva – o por lo menos – efectivamente consolidada.

Si queremos apreciar qué es la mente terrorista – si es que es algo – la mejor interpretación de ella es concebirla como el producto de:

Socialización incrementada en un movimiento terrorista y su participación asociada en una actividad ilegal

Un comportamiento enfocado, de modo más general, que es cada vez más relevante en el contexto de un movimiento terrorista

Desde una perspectiva personal y social, esto significa a menudo que una socialización en el terrorismo y con aquellos asociados con él, contempla una socialización que se aparta de los amigos, la familia y la vida previa de la persona que no son relevantes.

Una de las varias consecuencias que parecería que surgen de hacer distingos entre estas fases, es que podríamos comenzar a desarrollar iniciativas antiterroristas que se refieran específicamente a las fases, dependiendo de lo que podamos asegurar que es el punto de intervención más efectivo; es decir, si se trata de la prevención inicial de la participación, la subsecuente dislocación del compromiso o la facilitación final de la separación. Reconocer estos rasgos nos llevará a comprender que hay que desarrollar tipos de intervención que probablemente sean únicos, dependiendo de dónde decidiremos finalmente que nuestras intervenciones se enfocarán mejor

A pesar del hecho de que la fase de separación sigue siendo la menos comprendida y menos investigada, es, irónicamente, en esta fase que yo argumentaría que las iniciativas antiterroristas prácticas – dirigidas no sólo a facilitar la separación sino a prevenir la participación inicial – pueden realmente llegar a ser más efectivas.

La Importancia del Individuo

Si bien el terrorismo es en último término una actividad grupal, ese grupo comprende siempre a individuos, cada uno con un papel que desempeñar, tal como se bosquejó más arriba. Aunque los programas antiterroristas no tienden generalmente a concentrarse en los individuos, es, precisamente, por la comprensión de su radicalización individual y sus cualidades sociales y psicológicas asociadas que podemos obtener un sentido de qué tipos de dinámicas es necesario comprender para poder desarrollar maneras de promover la separación 6.

Aunque el terrorismo puede tener consecuencias significativas y en gran escala, sigue siendo, en esencia, una actividad de bajo nivel, bajo volumen y desproporcionada, perpetrada por individuos. El significado en gran escala y el impacto del terrorismo nunca debe disuadirnos de intervenir en el microanálisis, tanto del terrorista como de los acontecimientos terroristas.

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista o políticas del gobierno de Estados Unidos.

Notas al pie

(1) House of Commons Report of the Official Account of the Bombings in London on 7th July 2005 (London: The Stationery Office, 2006), p. 31.

(2) Para una explicación detallada, véase John Horgan, The Psychology of Terrorism (New York: Routledge, 2005).

(3) Correspondencia personal.

(4) John Horgan, The Psychology of Terrorism (New York: Routledge, 2005).

(5) Este tema y sus implicaciones se discuten en detalle en M. Taylor and J. Horgan, “A Conceptual Framework for Understanding the Development of Psychological Process in the Terrorist,” Terrorism and Political Violence, vol. 18 (2006): pp. 1-17.

(6) En la Universidad de San Andrés se ha comenzado un trabajo sobre este asunto, que será publicado en el 2008. Véase John Horgan, Walking Away From Terrorism: Accounts of Disengagement From Radical and Extremist Movements (New York: Routledge, in press).

Marcar página con:    ¿Qué es esto?