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15 septiembre 2008

Identidad colectiva: el odio que se inculca desde los huesos

Jerrold Post

 
Muchachos con armas de juguete y un afiche de Osama bin Laden en Karachi, Pakistán
Muchachos con armas de juguete y un afiche de Osama bin Laden en Karachi, Pakistán.

El doctor Jerrold Post es profesor de psiquiatría psicología política y asuntos internacionales y director del Programa de Psicología Política de la Universidad George Washington en la ciudad de Washington

Hay la creencia generalizada de que las filas de los terroristas están repletas de individuos gravemente perturbados psicológicamente. Después de todo, ¿quién, si no fuera un fanático enloquecido, mataría víctimas inocentes en nombre de una causa y se tornaría voluntariamente en bomba humana?

En realidad, el consenso de la comisión sobre las raíces psicológicas del terrorismo, que organicé para la Cumbre sobre Democracia, Terrorismo y Seguridad celebrada en Madrid en marzo de 2005 1, fue que la búsqueda de una psicopatología individual para comprender por qué la gente se embarca en el terrorismo estaba condenada al fracaso, porque las explicaciones en el ámbito de la psicología individual eran insuficientes.

En efecto, llegamos a la conclusión de que no es ir demasiado lejos afirmar que los terroristas son “normales” psicológicamente en el sentido de que no son clínicamente psicóticos. No están deprimidos ni sufren perturbaciones emocionales graves, ni son fanáticos enloquecidos. En realidad, los grupos y organizaciones terroristas descartan a los individuos emocionalmente inestables, quienes después de todo representan un riesgo para la seguridad.

Hay múltiples motivaciones individuales. Para algunos, es dar una sensación de poder a los impotentes; para otros, la motivación principal es la venganza, y están quienes buscan ganar una sensación de importancia.

Más que la psicología individual, entonces, lo que surge como el lente más poderoso para examinar el comportamiento terrorista es el de la psicología de grupo, de organización y social, con énfasis particular en la “identidad colectiva”.

Identidad colectiva

Para algunos grupos, especialmente los nacionalistas/terroristas, la identidad colectiva se establece muy temprano, de manera que el odio se inculca desde los huesos. No puede insistirse lo suficiente en la importancia de las identidades colectivas y de los procesos para formarlas y transformarlas. Los terroristas han subordinado su identidad individual a la identidad colectiva, de manera que lo que sirve al grupo, organización o red tiene importancia primordial.

Ahora bien, ¿cómo se forma esa identidad colectiva? Entrevistas con terroristas encarcelados del Medio Oriente 2 sugieren que comienza muy temprano, como lo prueban las siguientes citas representativas de terroristas nacionalistas/separatistas de Fatah y del Frente Palestino para la Liberación de Palestina:

Vengo de una familia religiosa que solía observar todas las tradiciones islámicas. Mi conocimiento político inicial vino durante las plegarias en la mezquita. Allí es donde se me pidió también que participara en clases religiosas. En el contexto de estos estudios, el jeque solía inyectar antecedentes históricos en los cuales nos decía cómo fuimos expulsados efectivamente de Palestina.

Además:

El jeque nos explicaba la importancia del hecho de que hubiera un puesto militar de las Fuerzas de Defensa de Israel en el corazón del campamento. Lo comparaba con un cáncer en el cuerpo humano, que amenazaba su existencia misma.

Unirse al grupo tampoco fue una experiencia rara. En efecto, cuando les preguntamos por qué lo habían hecho, nos respondieron que todos lo hacían, que quienquiera que no se enrolara durante ese período de la Intifada, era condenado al ostracismo.

La causa se les inculcó durante la niñez. Hubo una transmisión generacional de odio entre “nosotros” y “ellos”. Los niños habían oído de sus padres, ya fuese en los bares de Irlanda del Norte o en los cafés de Beirut y de los territorios ocupados, lo que “ellos” nos habían hecho a “nosotros”, cómo “ellos” nos habían robado nuestras tierras, cómo “nos” habían humillado. De manera que, leales a sus padres, que habían sido perjudicados por el régimen, ellos ejecutaban actos de venganza contra “ellos”.

¿Cómo justificaban estos terroristas la extremidad de sus acciones en favor de su causa? Una respuesta fue especialmente reveladora:

Una acción armada proclama que estoy aquí, que existo, que soy fuerte, que ejerzo el control, que estoy en el campo, que estoy en el mapa.

 

De manera que es poder para los importantes, importancia para los insignificantes. Esto ayuda a explicar por qué es tan difícil dejar el sendero del terrorismo.

Fundamentalismo religioso y suicidio terrorista

Lo anterior representa una comprensión de la psicología terrorista nacionalista/separatista. ¿Qué pasa con la psicología terrorista religiosa fundamentalista? Aquí tenemos a individuos que “matan en nombre de Dios”. Sus acciones han sido investidas de significado sagrado por el clérigo extremista, ya sea un ayatolá, un rabino, un ministro o un sacerdote. Y debido a que ellos son “creyentes verdaderos” que aceptan sin crítica la interpretación de las escrituras por el clérigo extremista, no tienen la misma ambivalencia sobre la extensión de la violencia que tienen los nacionalistas/separatistas.

Una de las preguntas que les hicimos a los terroristas islamistas militantes de Jezbolá y de Hamas que entrevistamos se refería a su justificación de los actos de suicidio terrorista, dado que el Corán proscribe específicamente el suicidio. Uno de quienes respondieron se enojó bastante:

Esto no es suicidio. El suicidio es débil, es egoísta, es perturbación mental. Esto es Istishad [martirio o inmolación en el nombre de Alá].

Retratos de suicidas palestinos en una exhibición en la Universidad de Birzeit, Ramala. Algunos niños palestinos coleccionan sus fotos.
Retratos de suicidas palestinos en una exhibición en la Universidad de Birzeit, Ramala. Algunos niños palestinos coleccionan sus fotos.

El famoso estudioso del terrorismo Ariel Merari hizo una observación notable en el otoño de 2004, indicando cuan “normal” era el suicida terrorista. Indicó que mientras caminaba por la plaza de Harvard (en Massachusetts), observó que los adolescentes son adolescentes en todas partes del mundo. Cuando le pregunté qué quería decir con eso, me respondió:

Cuando entré en una pizzería en Cambridge, los adolescentes estaban hablando de su equipo de fútbol americano favorito, los Patriotas de Nueva Inglaterra (durante su campaña por el Súper Tazón), sobre sus héroes del equipo como el mariscal Tom Brady, y cómo algún día, cuando ellos crecieran, querían ser astros del fútbol americano profesional, como sus héroes. Era lo mismo en los campamentos de refugiados en los territorios ocupados; sólo que su equipo favorito era Hamas, sus héroes eran los shahids (mártires) y, algún día, cuando crecieran, querían ser un shahid como sus héroes. Fue espantosamente normal.

Hassan Salame, un prolífico comandante de suicidas palestinos con bombas, ha dicho:

Una operación de martirio es el nivel más alto en la Jihad y destaca la profundidad de nuestra fe. Quienes se matan con bombas son los luchadores santos que ejecutan uno de los artículos más importantes de la fe.

No hay una explicación única para la causa de la psicología del suicidio terrorista. Mohammad Hafez, en su Manufacturing Human Bombs 3, identifica tres condiciones como requisitos previos: una cultura de martirio, clérigos estratégicos para emplear esta táctica y el suministro de voluntarios dispuestos. En efecto, dos de los grupos que fueron más prolíficos en el empleo de esta técnica, los Tigres del Tamil y el partido separatista kurdo PKK no tenían relación con el fundamentalismo islámico.

Los científicos sociales israelíes efectuaron estudios biográficos post mortem de una muestra de 93 suicidas palestinos con bomba. Hombres jóvenes, de 17 a 22 años, no tenían educación, eran desempleados y solteros. En efecto, eran jóvenes sin formación a quienes cuando entraron a la organización los comandantes de grupos suicidas palestinos les dijeron: “Tienes por delante una vida sin valor (la estadística de desempleo en los campamentos eran del 40 al 70 por ciento, especialmente entre aquellos que no habían completado la escuela secundaria); puedes hacer algo importante con tu vida que te inscribirá en el salón de los mártires, tu familia adquirirá prestigio, estará orgullosa de ti y recibirá beneficios económicos”. Desde el momento en que entraban a la organización no estaban solos, alguien dormía con ellos en la misma habitación la noche antes de la acción para asegurar que no se echaran atrás y eran escoltados físicamente al lugar de la “operación martirio”.

Por contraste, los secuestradores suicidas del 11 de septiembre de 2001 eran de más edad (28 a 33 años); su jefe Mohammad Atta, que tenía 33 años, y dos de sus colegas cursaban estudios de postrado en la Universidad Tecnológica de Hamburgo. Provenían de familias árabe sauditas y egipcias de clase media acomodada. Eran adultos plenamente formados que habían subordinado su individualidad al liderazgo carismático destructivo de Osama bin Laden. Su causa se tornó en la misión primordial para sus seguidores. Es interesante observar que a diferencia de los palestinos suicidas con bomba, ellos habían vivido por su cuenta casi siete años en Occidente, sujetos a las oportunidades y tentaciones de la democracia occidental, y simularon mezclarse mientras mantenían una concentración absoluta en su misión de morir causando miles de víctimas inocentes.

Los nuevos desafíos

Un hecho particularmente alarmante en lo que respecta a la psicología social del terrorismo, especialmente en Europa Occidental, es la radicalización de los inmigrantes musulmanes de segunda generación. Sus padres fueron a Gran Bretaña, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y España en busca de una vida mejor, pero permanecieron culturalmente separados y la segunda generación se radicalizó secundariamente, como muestra el ejemplo de los atentados con bomba contra estaciones del tren de Madrid el 11 de marzo de 2004 y los atentados con bomba contra el sistema de transporte público de Londres el 7 de julio de 2005.

Un desafío particularmente sobrecogedor es el planteado por “los nuevos medios”, tanto los canales de noticias permanentes por cable como Al Jazeera, y especialmente la Internet. Gabriel Weimann estimó en Terror on the Internet 4 que en 2006 hubo unos 4.800 sitios web islamistas extremistas que difundían su mensaje de odio anti-occidental, contribuyendo a las identidades colectivas de los terroristas de mañana.

¿Cuáles son las implicaciones para el contraterrorismo? Si se acepta la premisa de que el terrorismo es una especie perversa de la guerra psicológica, librada a través de la prensa, no se la combate con bombas inteligentes ni con misiles, sino con guerra contrapsicológica 5. Esto sugiere cuatro elementos de un programa de operaciones de información:

-Inhibir a los terroristas potenciales de incorporarse al grupo

-Crear disensión en el grupo5

-Facilitar su salida del grupo

-Reducir el apoyo al grupo y quitar legitimidad a sus líderes

Pero como se observó en una de las conclusiones del grupo de trabajo de la cumbre de Madrid “harán falta décadas para cambiar la cultura de odio y violencia. En esta lucha, es necesario que se mantenga la superioridad moral, o sea mediante el fortalecimiento del imperio de la ley y el ejemplo de buen gobierno y de justicia social. Apartarse de estas normas es rebajarnos al nivel de los terroristas y perjudicar a la democracia liberal”. 6

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista o políticas del gobierno de Estados Unidos.

Notas

(1) Jerrold Post, “The Psychological Roots of Terrorism”, en Addressing the Causes of Terrorism: The Club de Madrid Series on Democracy and Terrorism, vol. 1 (Madrid: Club de Madrid, 2005).

(2) Jerrold Post, E. Sprinzak y L. Denny, “The Terrorists in Their Own Words: Interviews with 35 Incarcerated Middle Eastern Terrorists”, Terrorism and Political Violence, vol. 15, no. 1 (2003): páginas 171-184.

(3) Mohammed Hafez, Manufacturing Human Bombs: The Making of Palestinian Suicide Bombers (Washington, D.C.: United States Institute of Peace, 2006).

(4) Gabriel Weimann, Terror on the Internet: The New Arena, the New Challenges (Washington, D.C.: United States Institute of Peace, 2006).

(5) Para conocer más de la manera en que las operaciones psicológicas deberían desempeñar un papel central en las acciones para contrarrestar el terrorismo, ver el artículo de Jerrold Post, “Psychological Operations and Counter-terrorism”, Joint Force Quarterly, número 37 (Primavera de 2005): páginas 105-110.

(6) Jerrold Post, “The Psychological Roots of Terrorism”, en Addressing the Causes of Terrorism: The Club de Madrid Series on Democracy and Terrorism, vol. 1 (Madrid: Club de Madrid, 2005), p. 11.

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