Educación | Los logros del futuro

06 octubre 2008

Una experiencia que cambia la vida

Un estudiante de Azerbaiyán relata su experiencia

 
Fariz Ismailzade habla en una conferencia en Londres, 2007. (Cortesía de Fariz Ismailzade)

(Este artículo pertenece al Periódico electrónico:” Jóvenes del Mundo, constructores del futuro”)

 

Fariz Ismailzade

Las tareas más simples pueden impartirnos lecciones importantes. De ese modo reflexiona el azerí Fariz Ismailzaide sobre sus experiencias como estudiante de intercambio en Estados Unidos.

Fariz vivió en Estados Unidos como estudiante de intercambio, tanto en la escuela secundaria como en el colegio universitario. Volvió a Azerbaiyán para licenciarse en la Universidad Occidental (Western University) en Bakú y trabajar como activista por la democracia. Actualmente trabaja en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Azerbaiyán como director de programas de entrenamiento en la academia diplomática. Dirige también la Asociación de Antiguos Alumnos Azeríes, que comprende a sus compañeros azeríes educados en Estados Unidos.

En 1995, a los 16 años, fui aceptado en el programa de intercambio estudiantil de escuela secundaria conocido como Intercambio de Futuros Líderes, patrocinado por el Departamento de Estado de Estados Unidos. Recuerdo que en aquél momento tenía muchos estereotipos acerca de los norteamericanos y la vida en Estados Unidos. Al provenir de la población rural de Lankaran, en el sur de Azerbaiyán, tan sólo cuatro años antes de que mi país comenzara a abrirse al resto del mundo, tenía una visión limitada del mundo.

Tanto a mis padres como a mí nos preocupaba mi larga estancia de un año con mi familia anfitriona norteamericana. A pesas de estas preocupaciones, esta oportunidad me ilusionaba y entusiasmaba.

Aquel día en el aeropuerto, cuando mi viaje estaba a punto de comenzar, pensé que un mundo nuevo se abría ante mí. Vestía una camiseta nueva de estilo norteamericano, y pantalones vaqueros y calzaba mis zapatillas deportivas nuevas. Trataba ya de copiar a mis compañeros norteamericanos. Volaban conmigo, en el mismo programa de intercambio, otros cuarenta y cinco jóvenes azeríes. Nos pusimos a hablar de los estados donde viviríamos como huéspedes, tratando de impresionarnos unos a otros con las diferentes cualidades de las familias que serían nuestras anfitrionas. Un chico dijo que el jefe de su familia anfitriona era banquero. Todos lanzaron un grito de admiración. Otro dijo que su familia anfitriona vivía en Hawai. Yo no tenía mucho de qué jactarme, puesto que mi familia anfitriona vivía en la zona rural de Oregon, y no tenía la menor idea de cómo era este estado.

Cuando llegué a Oregon, mi familia anfitriona me recibió en el aeropuerto con un cartel escrito en idioma azerí. Le pregunté al padre de la familia anfitriona de dónde había sacado el cartel, y me contestó: “de Internet”. Fue mi primer contacto con el poder de Internet. No sospechaba que el resto de mi vida dependería tanto de este maravilloso invento.

Luego nos dirigimos a casa y, en el camino, decidimos parar en un restaurante McDonalds y comprar un batido. Mis hermanos de acogida comenzaron de inmediato a pelearse por conseguir una porción más grande. Para mí, fue el comienzo de un proceso de destrucción de estereotipos. Comencé a comprender que los norteamericanos son como nosotros, los azeríes: gente normal con deseos, problemas, costumbres y estilos de comportamiento corrientes.

En mi primer día completo en este lugar nuevo y extraño, aprendí a lavar platos. La madre de familia anfitriona me pidió que me hiciera cargo de ciertas tareas domésticas dos veces por semana, tal como lo hacían mis dos hermanos de acogida. En Azerbaiyán sólo las mujeres lavan los platos, y para mí esa tarea era un poquito humillante. En la vida la había hecho. Pero mi madre de acogida dejó sentado que no haría diferencias entre sus “tres hijos”. El hecho de que me incluyera en esa lista me hizo sentir muy orgulloso y, en verdad, quise sobresalir en este trabajo. Mas tarde, mi madre de acogida y yo nos enfrascamos en las tareas de la cocina y a menudo hablábamos de mi país mientras cortábamos las verduras para la ensalada de la cena.

La semana siguiente aprendí a lavar mi ropa en la lavadora y a ponerla en la secadora. Luego aprendí a ir de compras al gran supermercado, a escribir cartas y llevarlas a la oficina de correos, planificar mi presupuesto mensual, organizar mi calendario, inscribirme en clases… la lista continúa. Como resultado, llegué a ser una persona autosuficiente, era independiente, maduro y organizado. En una sociedad tradicional como la de Azerbaiján, los niños rara vez aprenden estas destrezas y siguen dependiendo de sus padres hasta que llegan a la edad mediana.

Mi carácter autosuficiente y este conjunto de destrezas todavía me sirven hoy día. Desde que regresé, no he aceptado un solo centavo de mis padres y he podido cursar el colegio universitario y estudios superiores por mis propios medios.

Mientras estuve en Estados Unidos, aprendí también lo que se necesita para ser un activista cívico. En Azerbaiyán, donde tradicionalmente todo depende del gobierno, los ciudadanos y los jóvenes raramente encuentran oportunidades de introducir cambios en sus comunidades. En Oregon vi como los estudiantes planeaban proyectos, recaudaban fondos, organizaban eventos deportivos, ayudaban a la comunidad, programaban viajes para sus clases y se reunían para intercambiar ideas. Fui parte del equipo de recaudación de fondos para el viaje de la clase y los miembros me acogieron y me enseñaron maneras de participar. Para un joven azerí, representó una gran responsabilidad, pero también fue divertido. Lavar automóviles, vender bocadillos durante los juegos deportivos, diseñar el periódico de la escuela secundaria, tomar fotos, hacer entrevistas, planear el viaje… estas tareas me formaron y me proporcionaron las destrezas de la creatividad, la responsabilidad y el trabajo en equipo.

Desde mi regreso, este activismo cívico ha sido una parte inseparable de mi vida, ya sea como editor del periódico universitario, organizador de clubes de debates, como promotor de la democracia, periodista independiente o fundador de la mayor y más exitosa asociación de antiguos alumnos de Azerbaiyán. [www.aaa.org.az].

Mi segundo viaje de intercambio estudiantil a Estados Unidos me puso mucho más al tanto del sistema político estadounidense y de las maneras de participar en él. Yo asistía a la Universidad de Wesleyan en Connecticut, y su cercanía a Washington y Nueva York hizo que me interesara en la política local e internacional. Recuerdo mi primera carta al presidente Clinton y a la secretaria de Estado Madeleine Albright en apoyo de un proyecto de oleoducto en mi país. Le escribí a un miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos por el estado de Connecticut en Washington urgiéndole a apoyar el proceso de paz entre Azerbaiyán y Armenia. Recuerdo lo entusiasmado que me sentí cuando el congresista Sam Gejdenson me contestó la carta.

A fines del año de intercambio que pasé en el colegio, me decidí por una beca de trabajo en Washington, el nido de la actividad política, los debates, los cabilderos y los políticos. Mi puesto en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) me enseñó maneras más inteligentes y más prácticas de presentar argumentos de apoyo a un caso ante el círculo político de Estados Unidos.

Las lecciones que aprendí durante ese año me ayudan inclusive hoy día. A principios del año 2007 me ofrecieron un empleo en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Azerbaiyán para dirigir los programas de entrenamiento de los diplomáticos recientemente reclutados. La oferta surgió como resultado de la relación que construí durante aquella beca de trabajo en Washington con nuestra embajada en Estados Unidos.

Hoy, colaboro para formar y mejorar el Azerbaiyán moderno e independiente con mi trabajo de base y mis proyectos educativos. Las lecciones de los años de intercambio en Estados Unidos viven todavía conmigo – siempre hay problemas en la vida, y siempre hay soluciones para estos problemas. Las oportunidades no tienen límite, y uno debe siempre estar en busca de nuevas oportunidades y nuevo activismo. La vida es demasiado breve para despilfarrarla.

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista o políticas del gobierno de Estados Unidos.

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