Deportes | En búsqueda del triunfo

18 abril 2008

Hay que darlo todo

La determinación personal ayuda a un atleta olímpico a recuperarse de una lesión.

 
Rulon Gardner, izqda., ganó la medalla de oro en este encuentro, al derrotar al ruso campeón mundial en 2000. (© Reuters/CORBIS)
Rulon Gardner, izqda., ganó la medalla de oro en este encuentro, al derrotar al ruso campeón mundial en 2000. (© Reuters/CORBIS)

Por Rulon Gardner

El  luchador Rulon Gardner se crió en un rancho de Wyoming y ganó su lugar en la historia de los Juegos Olímpicos en 2000 en Sydney. En un encuentro conocido como el “milagro de la colchoneta”, Gardner derribó a su rival de peso pesado, el ruso Alexander Karelin, que no había perdido en los 13 años anteriores a su contienda con el chico del campo estadounidense. Sin embargo, la mayor victoria de Gardner ocurrió después, en los juegos de Atenas del 2004, cuando ganó una medalla de bronce. Comparada con su medalla de oro de cuatro años antes, podría uno decir “¿y qué?”, pero Gardner fue por segunda vez a los juegos olímpicos después de sufrir un accidente en el que sus pies quedaron congelados. Los médicos temieron que no pudiera volver a caminar, y le advirtieron que su carrera olímpica podría quedar atrás.

Aquél día era el 14 de febrero del 2002. Dos de mis amigos y yo decidimos salir en un trineo a motor. Queríamos divertirnos, aliviar un poco de tensión, de modo que fuimos a montar en el trineo a motor. Me salí del camino en un lugar donde mis dos amigos no podían llegar. La única manera de salvarme era seguir a lo largo del río, de modo que lo seguí hasta que mi trineo quedó atascado entre dos grandes peñascos. Traté de desatascarlo, pero resbalé y caí al río. Al caer comprendí que me encontraba en una situación realmente mala. Ese día estaba menos preparado que lo que hubiera debido. Abrigo, guantes, gorro, fósforos, no tenía esa clase de cosas. Tuve que esperar toda la noche, y por la mañana la temperatura era inferior a los 29 grados centígrados bajo cero. En total, pasé allí 18 horas, solo y extraviado.

Si iba a sobrevivir, sabía que mi única posibilidad era seguir y seguir luchando.

Rulon Gardner se presenta ante un grupo de jóvenes en un taller de lucha libre en 2006 (© AP Images/State Journal/Doug Lindley)

De modo que después de que me rescataran y comenzara a recuperarme, cada día me levantaba y esperaba de mí mismo volver a competir. Algunos decían “¿Para qué quieres volver?”  Para mí no se trataba de medallas o de una cosa cualquiera. Se trataba de exponerme y hacer lo que yo creía que era lo más importante en mi vida. Y eso era la lucha libre. Muchos dudaban de mí, y las probabilidades de volver al equipo eran muy, pero muy escasas, pero aún así volví. Contaba con mi determinación acerca de lo que era importante para mí, y no me importaba lo que otros dijeran.

Yo era el menor de nueve hermanos, con ocho hermanos y hermanas uno tiene que saber quien es, que quiere y hacia donde va en la vida. Uno tiene que hacerse especial a sí mismo. La única manera de poder hacerlo es tener determinación todos los días.

Cuando era joven, en realidad no era un buen luchador. Tenía un hermano 16 meses mayor, y que cada día, durante toda de la escuela secundaria, me ganaba, pero yo seguí practicando, y en mi último año de secundaria gané el campeonato del estado.

Para mi tercero o cuarto año en el colegio universitario, me dije a mí mismo un día: “Tienes una oportunidad de ir a los juegos olímpicos”. Pensé en ello, y me dije que tenía que rendir el 100 por ciento cada día y alcanzar todo mi potencial. No iba a hacer un esfuerzo a medias. Iba a dar todo lo que podía.

Cuando empecé a entrenarme para el equipo olímpico, el campeón peso pesado estadounidense se llamaba Matt Ghaffari. Ocupó el segundo puesto en los juegos de 1996, y en 1998 fue segundo en la competencia mundial. Era mejor que yo, pero yo, simplemente, me levantaba cada día y me decía a mí mismo: “Tú no puedes vencerlo hoy ni mañana pero, al final, si te lo propones todos los días le vas a derrotar”. Eso fue lo que me impulsó a mejorar.

Ahora, cuando hablo con los chicos, les digo que pueden tener una oportunidad de ir a los juegos olímpicos. Me miran, y me dicen: “Bueno. Estás hablando en broma ¿verdad?” Simplemente, les cuento cómo lo hice. Se trata de darse cuenta uno mismo que se puede llegar a ser fuerte y vigoroso.

Cuando fui a los juegos olímpicos quería representar a Estados Unidos, quería representar a cada persona de este país y hacerles sentir orgullosos. Esa es la razón por la que un atleta olímpico compite. No se trata de ganar medallas o de nada más. Se trata de representar a su país y de amar el lugar de donde uno viene.

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