La democracia en el mundo | La voz de los ciudadanos

15 septiembre 2008

Derechos y responsabilidades

 
"Todos los hombres han sido creados iguales" Benjamin Franklin, John Adams y Thomas Jefferson redactan la Declaración de Independencia.

(Este artículo pertenece a la publicación: La democracia en síntesis)

Las democracias se basan en el principio de que los gobiernos existen para servir al pueblo. En otras palabras, las personas son ciudadanos del Estado democrático, no sus súbditos. Así como el Estado protege los derechos de sus ciudadanos, éstos, a su vez, le profesan su lealtad. En cambio, en un sistema autoritario, el Estado exige lealtad y servicio de su pueblo sin asumir la obligación recíproca de obtener el consentimiento de éste para sus actos.

Derechos fundamentales

Esta relación entre el ciudadano y el Estado es fundamental para la democracia. Esto se expresa así en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, escrita por Thomas Jefferson en 1776:

Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres han sido creados iguales, que fueron dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables como el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Que para dar cumplimiento a esos derechos, los hombres han instituido gobiernos, los cuales derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.

En términos más específicos, en las democracias esos derechos fundamentales o inalienables incluyen la libertad de palabra y expresión, la libertad religiosa y de conciencia, la libertad de reunión y el derecho a gozar de la protección de la ley en un plano de igualdad. Esto no es ni remotamente una lista completa de los derechos que los ciudadanos ejercen en una democracia, pero muestra algunos de los derechos esenciales irreducibles que cualquier gobierno democrático digno de tal nombre debe respetar. En virtud de que, según lo dijo Jefferson, esos derechos existen independientemente del gobierno, no pueden ser suprimidos por medio de leyes ni quedar sujetos al capricho de una mayoría electoral.

Libertad de palabra, de reunión y para protestar

La libertad de palabra y expresión, sobre todo en cuestiones políticas y sociales, es la esencia misma de cualquier democracia. Los gobiernos democráticos no controlan el contenido de la mayor parte de las expresiones escritas y verbales. Por eso en las democracias suele haber muchas voces que expresan ideas y opiniones diferentes e incluso antagónicas. Las democracias tienden a ser ruidosas.

La democracia requiere una ciudadanía alfabetizada y consciente, cuyo acceso a la información le permita participar lo más plenamente posible en la vida pública de la sociedad y criticar a los funcionarios o las políticas del gobierno que le parezcan erróneas u opresivas. Los ciudadanos y sus representantes elegidos reconocen que la democracia requiere el acceso más amplio posible a ideas, datos y opiniones libres de censura. Para que las personas libres se gobiernen por sí mismas, deben tener libertad para expresarse de manera abierta, pública y repetida, tanto verbalmente como por escrito.

En 2005, los electores franceses rechazaron con su voto el proyecto de la Constitución Europea.
En 2005, los electores franceses rechazaron con su voto el proyecto de la Constitución Europea.

La protección de la libertad de expresión se conoce como un “derecho negativo” pues sólo requiere que el gobierno se abstenga de imponerle límites. En la mayoría de los casos, las autoridades de una democracia no se inmiscuyen en el contenido de la expresión escrita y verbal.

Las protestas son un buen terreno de prueba para la democracia; así, el derecho de reunirse en forma pacífica es esencial y parte integral de un entorno que facilita la libertad de expresión. Una sociedad civil permite un animado debate entre todas las personas que discrepan en torno a algún asunto. En el Estados Unidos de hoy, hasta los problemas primordiales de la seguridad nacional, la guerra y la paz se discuten libremente en los periódicos y en los medios electrónicos, pues así, quienes se oponen a la política exterior del gobierno pueden plantear con facilidad sus opiniones.

La libertad de expresión es un derecho fundamental, pero no es absoluto y no puede ser invocado para incitar a la violencia. De ordinario, la difamación y la calumnia comprobadas se denuncian y consignan en los tribunales. En general, sólo cuando las democracias se encuentran ante una amenaza muy grave llegan a justificar la supresión de algunas formas de expresión o reunión que pueden incitar a la violencia, dañar dolosamente la reputación de alguien o derrocar a un gobierno constitucional. Muchas democracias prohíben las formas de expresión que promueven el racismo o el odio étnico. Sin embargo, para todas las democracias, el desafío consiste en encontrar el equilibrio entre la defensa de la libertad de expresión y de reunión, y la prohibición de las expresiones que en verdad fomentan la violencia, la intimidación o la subversión de las instituciones democráticas. Se puede estar enérgica y públicamente en desacuerdo con los actos de un funcionario público, pero incitar a la gente a que lo asesine es un delito.

Libertad y tolerancia religiosa

Todos los ciudadanos deben estar en libertad de actuar de acuerdo con su conciencia en asuntos de fe religiosa. La libertad religiosa incluye el derecho de participar en actos de culto, ya sea en forma individual o colectiva, pública o privada, o de abstenerse de hacerlo, y de participar en la observancia, la práctica y la enseñanza religiosa sin temor de ser perseguido por el gobierno o por algún otro grupo de la sociedad. Todas las personas tienen derecho de rendir culto o de reunirse en actos relacionados con una religión o creencia, y de establecer y mantener lugares para esos propósitos.

Igual que otros derechos humanos fundamentales, la libertad religiosa no es ni una creación ni una concesión del Estado, pero todos los Estados democráticos la deben proteger. Es cierto que muchas democracias pueden optar por reconocer oficialmente la separación de la Iglesia y el Estado, pero no existe un conflicto fundamental entre los valores del gobierno y los de la religión. Cuando un gobierno protege la libertad religiosa de todos sus ciudadanos, es más probable que proteja también otros derechos necesarios para la libertad religiosa, como la libertad de expresión y de reunión. Las colonias de la Unión Americana, que eran Estados prácticamente teocráticos en los siglos XVII y XVIII, desarrollaron casi al mismo tiempo sus teorías de tolerancia religiosa y democracia secular. En cambio, algunas dictaduras totalitarias del siglo XX intentaron suprimir la religión, a la cual consideraron (con razón) como una forma de expresión propia de la conciencia individual, afín al discurso político. Las democracias genuinas reconocen que las diferencias religiosas entre individuos deben ser respetadas y que una función clave del gobierno consiste en proteger las preferencias religiosas, aun en los casos en que el Estado suscribe un credo religioso en particular. Sin embargo, esto no significa que la religión pueda ser una excusa para ejercer la violencia contra otras religiones o contra la sociedad en conjunto. La religión se practica en el contexto de una sociedad democrática, pero no debe asumir el control.

Responsabilidades de los ciudadanos

En una democracia, la condición de ciudadano implica participación, sentido cívico y paciencia, es decir, tanto derechos como responsabilidades. El politólogo Benjamin Barber ha dicho: “A menudo se entiende por democracia el gobierno de la mayoría, y cada día más se cree que los derechos son una propiedad privada de los individuos. ... En realidad, pensar así es falsear el significado de los derechos y de la democracia”. Para que una democracia tenga éxito, los ciudadanos deben ser activos, no pasivos, porque saben que los responsables del éxito o el fracaso del gobierno son ellos mismos y nadie más.

Sin duda es cierto que los individuos ejercen derechos básicos, como la libertad de expresión, de reunión o de credo, pero en otro sentido, los derechos, como los individuos, no funcionan en forma aislada. Los derechos se ejercen en el marco de una sociedad, lo cual explica por qué los derechos y las responsabilidades están tan íntimamente relacionados.

Un gobierno democrático, que es elegido por sus ciudadanos y rinde cuentas a éstos, protege los derechos individuales de manera que los miembros de esa democracia puedan asumir sus obligaciones y responsabilidades cívicas, y esto fortalece a la sociedad en su conjunto.

Todos los ciudadanos se deben enterar, por lo menos, de los problemas críticos que confronta su sociedad, aunque sólo sea para estar en condiciones de votar inteligentemente. Algunas obligaciones, como pertenecer a un jurado en juicios civiles o penales, o cumplir con el servicio militar, pueden ser impuestas por la ley, pero la mayoría de ellas son voluntarias.

La esencia de la acción democrática es la participación pacífica, activa y libre de los ciudadanos en la vida pública de su comunidad y su nación. Según la académica Diane Ravitch, “La democracia es un proceso, una manera de vivir y trabajar en conjunto. Es activa, no estática. Requiere que haya cooperación, compromiso y tolerancia entre todos los ciudadanos. Lograr que funcione no es tarea fácil, sino difícil. La libertad significa responsabilidad, no estar libre de responsabilidades”. El cumplimiento de esta responsabilidad puede requerir la participación activa en organizaciones o la búsqueda de objetivos específicos de la comunidad; y sobre todo, el cumplimiento de la democracia implica cierta actitud, la voluntad de creer que aun las personas que son diferentes de nosotros tienen los mismos derechos.

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