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20 noviembre 2008

145 aniversario del discurso de Gettysburg pronunciado por el presidente Lincoln

Famoso discurso se pronunció en la dedicatoria del Cementerio Nacional del Soldado

 
Presidente Abraham Lincoln
Presidente Abraham Lincoln

Abraham Lincoln, el décimo sexto presidente de Estados Unidos pronunció su discurso más famoso, el discurso de Gettysburg, hace 145 años, el 19 de noviembre de 1863, al dedicar el Cementerio Nacional del Soldado en Gettysburg, Pensilvania.

Estados Unidos estaba todavía inmerso en una guerra civil. Cuatro meses antes, a principios de julio, alrededor de 51.000 soldados tanto confederados como de la Unión habían sido capturados, heridos o muertos en la batalla de Gettysburg. El presidente Lincoln fue a Gettysburg a hablar en la dedicatoria de un nuevo cementerio de los soldados de la Unión muertos en la guerra.

En sus breves palabras, Lincoln destacó que los padres de la patria concibieron a Estados Unidos como un lugar de libertad en que “todos los hombres han sido creados iguales”. Las vidas de los hombres que murieron en Gettysburg sólo podrán ser consagradas si el país vive su propuesta de que toda su gente, sin importar la raza, son de hecho iguales, dijo Lincoln al expresar su determinación de que “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”.

El 1 de enero de 1863, Lincoln emitió la proclama de Emancipación que procalmó la libertad para todos los esclavos que vivían en estados todavía rebeldes. La décimotercera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos que abolió oficialmente la esclavitud se aprobó en diciembre de 1865, ocho meses después del asesinato de Lincoln.

Estados Unidos celebrará el 200 aniversario del nacimiento de Lincoln en 2009.

A continuación una traducción del texto del discurso de Gettysburg basada en la versión expuesta en el monumento conmemorativo a Lincoln de Washington.

Discurso de Gettysburg

Abraham Lincoln
19 de noviembre de 1863
Gettysburg, Pensilvania

Hace 87 años, nuestros padres fundaron en este continente una nueva nación, concebida en la libertad y consagrada al principio de que todos los hombres son creados iguales.

Nos hallamos ahora empeñados en una guerra civil en que se está poniendo a prueba si esta nación, o cualquier nación igualmente concebida y consagrada, puede perdurar. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a dedicar parte de ese campo a lugar de eterno reposo de aquellos que aquí dieron la vida para que esta nación pudiera vivir. Es perfectamente justo y propio que así lo hagamos, aunque en realidad, en un sentido más alto, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este suelo: los valientes que aquí combatieron, los que murieron y los que sobrevivieron, lo han consagrado mucho más allá de la capacidad de nuestras pobres fuerzas para sumar o restar algo a su obra.

El mundo advertirá poco y no recordará mucho lo que aquí digamos nosotros, pero nunca podrá olvidar lo que aquí hicieron ellos. A los que aún vivimos nos toca más bien dedicarnos ahora a la obra inacabada que quienes aquí lucharon dejaron tan noblemente adelantada; nos toca más bien dedicarnos a la gran tarea que nos queda por delante: que, por deber con estos gloriosos muertos, nos consagremos con mayor devoción a la causa por la cual dieron hasta la última y definitiva prueba de amor; que tomemos aquí la solemne resolución de que su sacrificio no ha sido en vano; que esta nación, por la gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra.

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