Las células destinadas a convertirse en células inmunes, como todas las células sanguíneas, se originan en la médula ósea de su cuerpo a partir de células troncales. Algunas se desarrollan en células progenitoras mieloides mientras que otras se convierten en células progenitoras linfoides.
Los progenitores mieloides se desarrollan en células que responden en una etapa temprana y no específicamente a la infección. Los neutrófilos engloban a las bacterias al contacto y envían señales de advertencia. Los monocitos se convierten en macrófagos en los tejidos del cuerpo y agotan rápidamente a los invasores extraños. Las células que contienen gránulos, como por ejemplo los eosinófilos, atacan a parásitos, mientras que los basófilos liberan gránulos que contienen histamina y otras moléculas relacionadas con las alergias.
Los precursores de las células linfoides se desarrollan en glóbulos blancos pequeños conocidos como linfocitos. Los linfocitos responden en una etapa posterior de la infección. Ellos arman un ataque diseñado más específicamente después de que las células presentadoras de antígeno, como por ejemplo, las células dendríticas (o macrófagos) despliegan su presa en la forma de fragmentos de antígeno. La célula B se convierte en una célula plasmática que produce y libera en el torrente sanguíneo miles de anticuerpos específicos. Las células T coordinan la respuesta inmune completa y eliminan los virus que se están escondiendo en las células infectadas.
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