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EL COMPROMISO DE ESTADOS UNIDOS:
DERECHOS HUMANOS Y POLÍTICA EXTERIOR

Por Jimmy Carter


Presidente de Estados Unidos desde el 20 de enero de 1977 hasta el 20 de enero de 1981, Jimmy Carter (James Earl Carter, Jr.) hizo de los derechos humanos un elemento fundamental de la política exterior del país. Desde el final de su presidencia ha seguido siendo un denodado defensor de la justicia social y los derechos humanos. En 1986, fundó el Carter Center en la Universidad Emory de Atlanta, Georgia, un instituto para el estudio de la política pública, de carácter no partidista y sin fines de lucro, que tiene como propósito luchar contra las enfermedades, el hambre, la pobreza, los conflictos y la opresión en todo el mundo. Carter ha sido observador en procesos de elecciones en varios países, ha actuado como mediador en guerras civiles y ha brindado su apoyo para operaciones de ayuda humanitaria internacional. A partir de 1984, él y su esposa Rosalynn han dedicado también una semana de su tiempo y sus habilidades de construcción, cada año, a la edificación de viviendas accesibles para los necesitados.

Presentamos a continuación extractos de los comentarios expresados por Carter en una reunión celebrada en la Casa Blanca para conmemorar el trigésimo aniversario de la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en diciembre de 1978.


Esta semana conmemoramos el trigésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Reiteramos nuestra dedicación a la Declaración Universal —en palabras de Eleanor Roosevelt, quien presidió la Comisión de Derechos Humanos— como “una norma de desempeño compartida por todas personas en todas las naciones”.

La Declaración Universal y las convenciones sobre derechos humanos derivadas de ella no son una descripción del mundo tal como es, pero a pesar de eso son documentos muy importantes. Ellos son un faro, una guía para un futuro de seguridad personal, libertad política y justicia social.

Para millones de personas de todo el mundo, ese faro todavía está muy lejos y es sólo un tenue asomo de luz en un oscuro horizonte de privaciones y represión. Los informes de Amnistía Internacional, la Comisión Internacional de Juristas, la Liga Internacional de los Derechos Humanos y muchas otras organizaciones no gubernamentales enfocadas en los derechos humanos documentan ampliamente las prácticas y condiciones que destruyen la vida y el espíritu de innumerables seres humanos.

Los asesinatos por motivos políticos, la tortura, el confinamiento arbitrario y prolongado sin juicio o sin cargo, son las violaciones más crueles y oprobiosas contra los derechos humanos. El más fundamental de los derechos humanos es vivir libres de la violencia arbitraria, ya sea que ésta provenga del gobierno, de terroristas, de criminales o de mesías autodesignados que operan bajo el escudo de la política o la religión.

Sin embargo, en virtud de que los gobiernos detentan un poder muy superior al de un individuo cualquiera, les corresponde una responsabilidad especial. La principal obligación de un gobierno consiste en proteger en forma adecuada a sus respectivos ciudadanos, y cuando es el mismo gobierno quien se convierte en el perpetrador de la violencia arbitraria contra sus ciudadanos, menoscaba su propia legitimidad.

Existen otras violaciones contra el cuerpo y el espíritu que resultan especialmente destructivas para la vida humana. El hambre generalizada, la enfermedad y la pobreza son enemigos tan implacables de las posibilidades humanas de realización como cualquier gobierno represivo.

El pueblo de Estados Unidos desea que los actos de su gobierno, de nuestro gobierno, alivien realmente el sufrimiento humano y acrecienten la libertad humana. Por eso he tratado de reavivar el faro de los derechos humanos en la política exterior estadounidense. Durante los dos últimos años he tratado de expresar esas inquietudes humanas mientras nuestros diplomáticos ejercen sus funciones y nuestra nación cumple con sus obligaciones internacionales.

Haremos que nuestra voz se escuche cuando los derechos individuales sean transgredidos en otras latitudes. La Declaración Universal significa que ninguna nación podrá tender el manto de la soberanía para encubrir sus actos de tortura, la desaparición de personas, el fanatismo con autorización oficial o la destrucción de la libertad dentro de sus fronteras. El mensaje que nuestros representantes están difundiendo en el exterior... es que las políticas en materia de derechos humanos cuentan mucho al definir el carácter de nuestras relaciones con otros países en forma individual.


La persona espiritualmente liberada, bien asentada sobre la tierra firme de los principios morales y con una clara conciencia del propósito de su lucha, posee una reserva inagotable de fortaleza.

Nathan Sharansky fue refusenik soviético y es el actual ministro de comercio e industria del Estado de Israel. Texto tomado de su memoria Fear No Evil, 1989


Al distribuir los escasos recursos de nuestros programas de asistencia exterior, demostramos que sentimos una afinidad más profunda con los países que se comprometen a avanzar por un sendero democrático hacia el desarrollo. En cambio, a los regímenes que persisten en perpetrar flagrantes violaciones de los derechos humanos, no vacilaremos en comunicarles nuestra indignación, ni tampoco aparentaremos que nuestras relaciones no resultarán afectadas a causa de eso.

La eficacia de nuestra política de derechos humanos ya es un hecho comprobado. Ella ha contribuido a crear un ambiente de cambio —a veces perturbador— que, pese a todo, ha estimulado el progreso en múltiples aspectos y en muchos lugares. En algunos países han sido liberados centenares e incluso miles de prisioneros políticos. En otros, la brutalidad de la represión ha disminuido. Y en otros más existe ahora un movimiento a favor de las instituciones democráticas o el estado de derecho, siendo que anteriormente ese tipo de movimientos ni siquiera eran perceptibles.

A todos los que dudan que sea pertinente nuestra dedicación les digo esto: Pregunten a las víctimas; pregunten a los exiliados. Ni una sola de las personas que están afrontando verdaderamente riesgos o penurias en su lucha a favor de los derechos humanos me ha pedido jamás que desistamos de seguir brindando nuestro apoyo a los derechos humanos básicos. Desde las cárceles, desde los campos de concentración, desde el exilio forzoso, llega hasta nosotros un mensaje que nos dice: Hablen, perseveren, hagan que la voz de la libertad sea escuchada.

Me siento muy orgulloso de que nuestra nación se signifique por algo más que el poderío militar o el poder político. También significa ideales que se ven reflejados en las aspiraciones de los campesinos de América Latina, los obreros de Europa oriental, los estudiantes de África y los agricultores de Asia.

Vivimos en un mundo difícil y complicado, un mundo en el cual la paz es literalmente una cuestión de supervivencia. Debemos tomar en cuenta esto en nuestra política exterior. Con frecuencia una decisión que nos acerca a una de nuestras metas tiende a alejarnos más de otra meta. Las circunstancias rara vez permiten que usted o yo tomemos decisiones que sean enteramente satisfactorias para todos.

Pero quiero insistir una vez más en que los derechos humanos no son un asunto tangencial a la política exterior de Estados Unidos. Nuestra labor en favor de los derechos humanos forma parte de un esfuerzo más vasto para que nuestro gran poder y nuestra enorme influencia se pongan al servicio de la tarea de crear un mundo mejor, un mundo en el cual los seres humanos puedan vivir en paz, en libertad y con sus necesidades básicas adecuadamente satisfechas.

Los derechos humanos son el alma de nuestra política exterior. Y esto lo digo con certidumbre porque los derechos humanos son el alma de nuestro sentimiento de nación independiente.

La mayoría de las demás naciones se han unido por lazos comunes de raza o antecedentes étnicos, o por un credo o religión en común, o por un antiguo apego a la tierra, que se remonta varios siglos en el pasado. Algunas naciones están unidas por la fuerza, sí, por la fuerza implícita de un gobierno tiránico. Nuestro caso es diferente de todos ellos y creo que nosotros, en nuestro país, somos más afortunados.

Como un pueblo que llegó de todos y cada uno de los rincones de la Tierra, profesamos muchas religiones y muchos credos. Somos de todas las razas, de todos los colores, de todos los orígenes étnicos y culturales. Tenemos derecho de sentirnos orgullosos de estas cosas y de la riqueza que ellas imparten a la textura de nuestra vida nacional. Pero esas no son las cosas que nos unen como un solo pueblo.

Lo que nos mantiene unidos —lo que nos hace ser estadounidenses— es nuestra creencia común en la paz, en una sociedad libre, y una devoción compartida a las libertades consagradas en nuestra Constitución. Esa creencia y esta devoción son las fuentes de nuestro sentimiento de comunidad nacional. En forma única, la nuestra es una nación fundada sobre la idea de los derechos humanos. Y por nuestra historia sabemos cuán poderosa puede llegar a ser esa idea.

La semana próxima festejaremos un aniversario más de los derechos humanos: El Día de la Carta de Derechos. Aun cuando nuestra nación fue “concebida en libertad”, según las palabras de Lincoln, han tenido que pasar casi dos siglos para que esa libertad se aproxime a la madurez.

Durante la mayor parte de la primera mitad de nuestra historia, a los estadounidenses negros les fueron negados los derechos humanos, incluso los más básicos. En el curso de la mayor parte de los dos primeros tercios de nuestra historia, las mujeres permanecieron totalmente excluidas del proceso político. Sus derechos, como ocurre también con los derechos de los indios norteamericanos, todavía hoy no han sido consagrados y garantizados por la Constitución. Hasta la misma libertad de expresión ha estado amenazada en forma periódica a través de toda nuestra historia. La lucha por lograr el pleno ejercicio de los derechos humanos para todos los estadounidenses —negros, de piel color marrón y blancos; hombres y mujeres; ricos y pobres— está todavía muy lejos de haber finalizado.

Para mí, igual que para muchos de ustedes, éstas no son ideas o asuntos abstractos. En el ambiente rural de Georgia donde crecí, a la mayor parte de mis conciudadanos se les negaban muchos derechos básicos: el derecho de voto, el derecho de hablar libremente sin temor, el derecho de recibir un trato de igualdad ante la ley. Por consiguiente, pude mirar en forma directa los efectos de un sistema de privación de derechos. Contemplé la valentía de los individuos que se resistían a ese sistema. Y finalmente pude ver las energías depuradoras que fueron liberadas cuando mi propia región, dentro de este país, salió de la oscuridad y penetró en lo que (el ex vicepresidente de Estados Unidos) Hubert Humphrey describió como “el resplandeciente sol de los derechos humanos”, en el año de la adopción de la Declaración Universal.

La Carta de Derechos de Estados Unidos tiene 187 años de edad y la lucha para llegar a convertirla en realidad ha campeado en cada uno de esos 187 años. La Declaración Universal de los Derechos Humanos tiene solamente 30 años. De acuerdo con la perspectiva de la historia, la idea de los derechos humanos apenas acaba de ser propuesta.

Si he hecho esta comparación no es porque vaya a pedirles que tengan paciencia. La hice porque quiero poner de relieve la perseverancia y el compromiso a pesar de las dificultades.

En lo que a la mayoría de los estadounidenses se refiere, hace 187 años la Carta de Derechos era sólo una lista de promesas. No había garantía alguna de que esas promesas fueran a cumplirse algún día. Y no dimos cumplimiento a esas promesas esperando que la historia siguiera su inevitable curso. Las hicimos realidad porque muchos se sacrificaron para lograrlo. Las realizamos porque fuimos perseverantes.

Para millones de personas en el mundo actual, la Declaración Universal de los Derechos Humanos sigue siendo tan sólo una declaración de esperanzas. Igual que todos ustedes, yo deseo que esas esperanzas se vuelvan realidad. La lucha para lograrlo será mas larga que la vida de cualquiera de nosotros. En realidad va a ser tan larga como la vida de la propia humanidad. Pero tenemos que perseverar.

Y debemos perseverar asegurándonos de que este país nuestro que tanto amamos, líder en el mundo, esté siempre al frente de los que luchan para hacer realidad esa gran esperanza, el sueño de que los derechos humanos sean universales.

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