En el verano de 1787, delegados de los 13 nuevos
estados de la Unión Americana, que poco antes eran colonias
británicas, se reunieron en Filadelfia para redactar una
constitución que unificara a la nación. En
septiembre ya habían terminado un documento que entonces
empezó a circular entre los legisladores de los estados para ser
ratificado. La nueva constitución proveyó un plan general de
la forma en que el gobierno nacional debía funcionar, pero no
contenía sección alguna que describiera en términos
específicos las garantías individuales de los ciudadanos. No
tardó en desatarse un debate público. Los partidarios de la
constitución en ciernes afirmaban que no era necesario garantizar los
derechos del individuo. En cambio otras personas, que tenían
presentes los derechos consagrados explícitamente en documentos
anteriores, como la Carta de Derechos británica (1689) y la
Declaración de Derechos de Virginia de 1776, veían la
necesidad de incluir alguna disposición específica para
proteger los derechos de los individuos.
En lo más intenso del debate, en diciembre de 1787, Thomas
Jefferson, que era entonces embajador en Francia, le envió una carta
a su amigo James Madison, uno de los principales autores de la nueva
constitución. "Una carta de derechos", le dijo Jefferson en su
misiva, "es algo que el pueblo merece para poder enfrentar a todos los
gobiernos de la Tierra, en general o en particular, y lo que ningún
gobierno justo le debe negar o reducir a materia de inferencia".
La posición de Jefferson tuvo partidarios y así se
llegó a un compromiso. Las legislaturas de los estados accedieron a
ratificar el documento preliminar, con la condición de que en la
primera asamblea de la legislatura nacional que se celebrara bajo la nueva
constitución se aprobaran enmiendas que garantizaran las libertades
individuales. Y eso fue justamente lo que ocurrió. En 1791, las 10
enmiendas conocidas como la Carta de Derechos ya formaban parte de la ley
suprema de la nación.
Esta controversia, que tuvo lugar en el inicio mismo del experimento
de los Estados Unidos con la democracia, prefigura en muchos aspectos los acontecimientos
ulteriores de la política y el derecho constitucional de este
país. Los acalorados puntos de vista de ambos bandos se moderaron por
medio de un compromiso complejo, pero muy pragmático. También
fue significativo que Jefferson percibiera la necesidad de imponer
límites explícitos al poder del gobierno. De hecho, la Carta
de Derechos se puede interpretar como la enunciación definitiva del
más norteamericano de los valores: la idea de que el individuo es lo
más importante y tiene la primacía sobre cualquier
gobierno.
Tal como lo sugiere el título, "Los derechos del pueblo: Libertad
individual y la Carta de Derechos", este libro es nuestro intento de
explicar cómo han evolucionado hasta el presente los conceptos
esenciales de la libertad individual y los derechos del individuo, en el
sistema jurídico de los Estados Unidos.
Esta obra va dirigida a una gran variedad de lectores. Uno de sus
destinos obvios son las aulas de enseñanza media o universidad.
Un lector no estadounidense podría preguntar: "¿qué
tiene que ver todo eso conmigo? En mi país hay una tradición
jurídica diferente y no tenemos una carta de derechos".
Es cierto que la Carta de Derechos de los EE.UU. es el producto
histórico de una época y un lugar en particular. Surgió
de una larga tradición británica de derechos definidos en el
sistema jurídico inglés que gobernó las colonias
americanas. Alguien diría que es una aplicación única a
las circunstancias de los Estados Unidos.
Sin embargo, muchos otros consideran que la Carta de Derechos
estadounidense ha trascendido sus raíces históricas. El
concepto de las garantías individuales se puede apreciar como uno de
los componentes básicos de cualquier sociedad civil. Y en muchas
ocasiones, en múltiples lugares, la Carta de Derechos ha sido el faro
que guía a los que viven en una tiranía.
Considere las revoluciones posteriores a 1989 que pusieron fin al control
comunista de Europa oriental. Adam Michnik, el periodista polaco y dirigente
de Solidaridad, formuló la pregunta de qué revolución
ha sido la mayor inspiración para los europeos modernos: la
Revolución Francesa o la Revolución Estadounidense.
"La Revolución Estadounidense", dice Michnik, parece encarnar
simplemente la idea de la libertad sin utopías. De acuerdo con Thomas
Paine, se basa en el derecho natural de toda persona a labrar su propio
futuro. Renuncia en forma deliberada a la idea de una sociedad perfecta y
libre de conflictos, y favorece otra que se basa en la igualdad de
oportunidades, la igualdad ante la ley, la libertad religiosa y el estado de
derecho".